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Actualizado: 27 de julio de 2025
Pero él sabía que, al hablarla, le iba a temblar mucho la voz, y se quedó callado y contemplativo, rimando, en una mirada codiciosa y compasiva, todo el poema desesperanzado de sus amores. Ella, por quebrar aquel silencio triste entre los dos, le dijo: ¿Se muere Julio? Respondió él únicamente: Sí.... ¿Y de qué se muere?
Es la yanqui, la señora que come cerca de nuestra mesa murmuró Isidro . Habla con poca gente; apenas se saluda con algunas viejas de a bordo; rehúye el trato de los demás... Yo soy el único hombre con quien cambia el saludo, pero cuando intento hablarla finge que no me entiende... Y sin embargo, adivino en ella un carácter alegre y varonil: debe ser un agradable compañero; no hay más que ver con qué gracia sonríe. ¡Qué hoyuelos tan cucos se le forman junto a la boca!, ¡cómo se le aterciopelan los ojos!... Pero no hay confianza todavía entre las gentes de a bordo; parece que estamos todos de visita.
El poeta Ibn-Hazm conoció a su amada, siendo niña, en el palacio de su padre, donde estaba recibiendo educación. Su amada era hermosa, discreta y modesta; pero orgullosa y reservada. Su modo de pensar era muy severo y no mostraba inclinación por los vanos deleites, aunque tocaba el laúd admirablemente. El poeta, de la misma edad que ella, buscaba en vano ocasión de hablarla sin testigos. Una vez, en cierta fiesta que se daba en su palacio, las damas se reunieron por la tarde en un pabellón desde donde se gozaba una magnífica vista de Córdoba. Ibn-Hazm fue con ellas y se acercó al hueco de una ventana donde se encontraba la joven. Apenas le vio ésta a su lado, se huyó con graciosa ligereza hacia otra parte del pabellón.
Vas a casa al momento, y dices a Amaranta, que si quiere ver a Inés y aun hablarla, vaya a las Cortes. Ella tiene cédula para la tribuna. ¿Qué dice usted? exclamé con asombro . ¿Que Inés está en las Cortes? Sí, se han plantado en San Felipe las tres niñas beatas. ¿Qué te parece?
Púsose a hablarla de sí mismo, de ellos mismos, recordando los días de la niñez. A una pregunta de la doncella, confiola rápidamente el compromiso que había contraído con su madre de partir en breve para Salamanca, a fin de completar sus estudios.
Yo, cuando la vi al principio de vivir en la casa, que usted me dio el dinero pa eso de tener huéspedes, tuve intinciones de hablarla pa que viviese conmigo en compañía: vamos, mi idea era darle cuarto y comida, y que ella, en cambio, me cuidase de la casa, porque yo no puedo atender a todo. ¿Y no lo hiciste?
La de Leiva no es ni con mucho tan inconquistable. ¿Quiere usted que lo proponga a la señora doña María?... Nada se pierde... No sé si me recibirá; pero intentaré hablarla. Me favorece el que no sospecha nada de mí en el suceso de anoche. Es una buena idea. Sí... tampoco sería malo que yo me mostrase arrepentida de las atrocidades que le dije... no... ¡Oh, qué confusión, Dios mío!
Por el camino fué pensando que lo que debía hacer era encerrarse con su mujer, hablarla decididamente como hombre que lo sabía todo, presentarla como prueba lo del pañuelo encarnado, y después hacerla abrir los cofres, apoderarse del pañuelo, apoyarse en él como en una prueba concluyente, y después de esto, confesado el crimen, como no podía menos de suceder, por su mujer, montarla en un macho de los de palacio, y con un mozo de mulas enviarla á su país natal.
Apenas salió Quevedo cuando doña Clara se dirigió al cuarto de la reina y dijo á la condesa de Lemos: Hacedme la merced, señora, de decir á su majestad que quiero hablarla al momento.
Ya no miraba al cadáver sino a la desconsolada mujer, y parecía querer acercársela, juntarse con ella, como para unir los dolores de ambos, para hablarla de la muerta, para oírla hablar de ella.
Palabra del Dia
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