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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Mabel le dije, sin poner atención en las palabras del rufián, pero retrocediendo para permitirle que pasara, póngase su saco, hágame el favor. Afuera me espera una volanta. El bribón intentó hacer un movimiento para impedirle salir de la habitación, pero en el acto mi mano cayó pesadamente sobre su hombro, y en mi cara leyó mi determinación.
¿Quiere usted que llamemos al médico, señorita? No, no... Esto no es nada... Hágame una tacita de tila. Ahora mismo. Cuando se quedaron solos, la beata volvió a mirarle larga y fijamente. Al cabo dijo con voz débil: Escuche usted, padre. ¿Qué desea usted, hija mía? respondió inclinando la cabeza hacia ella. Acérquese usted más... No puedo esforzar la voz. El P. Gil se inclinó todavía más.
El tratante en granos llegó poco después y le dijo: Padre, ya ve usted que el cielo amenaza lluvia, y si llueve, la cosecha va á ser este año bárbara, y yo me arruino con la baja del trigo, porque tengo empleado en él todo mi capital. Con que, padre, hágame usted el favor de pedir á la gloriosa Santa Ana que interceda con Dios para que no llueva.
Como si nada hubiera dicho don Víctor, con cara amable y voz dulce y suplicante advirtió: Señor Quintanar, si queremos dar con ellos tenemos que separarnos; hágame usted el favor de subir por ahí, por la derecha....
Amigo, hágame el favor de traer pluma y papel... Espere; deme la medicina, esos polvos amarillos... ¿cuáles?, no sé... Pero deje, deje, que me tiene que escribir una carta. Ninguno, ¿ya para qué?... Ándese pronto, que me voy... que me muero. ¡Que se muere! Vamos... no bromee usted. Don Plácido, si no me sirve para esto, llamaré a otra persona.
Hágame usted feliz de buen grado, con sus propias manos, y yo la bendeciré en todas las horas de mi vida por el favor que me habrá hecho y con el cual habrá sobrepujado, en un momento, las liberalidades de que me ha colmado durante toda mi existencia. Usted debe comprender que quiero, que debo ir á buscar á mi marido. ¡Oh, tía mía querida! ¡Un relámpago de bondad!
Así, noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cásese, cásese luego, encomiéndole yo a Satanás, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis, vobis, y, en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego, siquiera se lo lleve el diablo todo.
Creo que sí. Es propio de las grandes almas caritativas esconderse, negar su propia personalidad, para de este modo huir del agradecimiento y de la publicidad de sus virtudes... Vamos a cuentas, Sr. D. Romualdo, y hágame el favor de no hacer misterio de sus grandes virtudes. ¿Es cierto que por la fama de estas le proponen para obispo? ¡A mí!... No ha llegado a mí noticia.
Venga usted, señora... Hágame caso, hija mía. Al llegar á la cubierta, la fué guiando hacia sus dominios. Freya se sentó en la cocina, sin saber con certeza dónde estaba. Vió á través de sus lágrimas á este viejo obeso, de una bondad sacerdotal, yendo de un lado á otro para reunir botellas y mezclar líquidos, agitando una cuchara en un vaso con alegre retintín.
Y verás como, si está inocente de todo compromiso, y esto me atrevo á jurarlo, aprecia tu franqueza y tu confianza. Sea, pues. Así como así, no puedo soportar por más tiempo una sospecha semejante. Hágame usted el favor de enviármela. ¿De enviártela? No, por cierto: yo te la traeré.
Palabra del Dia
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