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Actualizado: 22 de junio de 2025


Las personas que viven siempre unidas Suelen á veces contemplar caidas Las hojas del amor y del placer; Hojas que de la espléndida guirnalda, Bajan de la belleza hasta la falda, Y el viento del dolor viene á barrer.

ABIND. ¡Cuánto se te muestra franco El cielo, hermoso jardín! Bella guirnalda he tejido, Ciña mis dichosas sienes. Póngase la guirnalda. JARIFA. Galán por estremo vienes. ABIND. Y coronado y vencido. JARIFA. Muestra, pondrémela yo, ¿Qué te parece de ? ¿No estoy buena? ABIND. Mi bien, . JARIFA. ¿Soy tu hermana? ABIND. Mi bien, no; Y en lo que os quiero me fundo. JARIFA. Dime ya tu parecer.

Aquella gente tiene su lujo, su aseo y su elegancia de cejas arriba, y aunque se cubra de miserables trapos, no pueden faltar el moñazo empapado en grasa y bandolina, ni los rizos abiertos y planchados sobre la frente, como una guirnalda de negras plumas, pegada con goma.

Lanzó un grito de alegría y de sorpresa, que hizo perder el compás a un bailarín que, en aquel instante, comenzaba una pirueta. ¿Qué es eso? le preguntó Natalia, una de sus compañeras, que la ayudaba a sostener una guirnalda de flores. ¡Es él; está allí!... ¡Cómo! ¡el conde Arturo de V *, uno de los caballeros de la corte de Carlos X, y que además es un buen mozo!

El reloj de la torre llamada el Miguelete señalaba poco más de las diez, y los huertanos juntábanse en corrillos ó tomaban asiento en los bordes del tazón de la fuente que adorna la plaza, formando en torno al vaso una animada guirnalda de mantas azules y blancas, pañuelos rojos y amarillos ó faldas de indiana de colores claros.

Pepeta sacó de un envoltorio las últimas galas del muertecito: un hábito de gasa tejida con hebras de plata, unas sandalias, una guirnalda de flores, todo blanco, de rizada nieve, como la luz del alba, cuya pureza simbolizaba la del pobrecito albat. Lentamente, con mimo maternal, fué amortajando el cadáver.

A pesar mío, mis ojos se dirigían hacia la zona iluminada que aparecía redonda sobre la boca de la sima; miraba con amor la guirnalda de verdura que adornaba el borde del pozo, las grandes ramas con su follaje superpuesto, que los rayos del sol doraban alegremente, y los pájaros lejanos volando con libertad por el azul del cielo.

Tenía la cabeza sobre una almohada de brocado, coronada con una guirnalda de diversas y odoríferas flores tejida, las manos cruzadas sobre el pecho, y, entre ellas, un ramo de amarilla y vencedora palma.

Era de un solo piso, vetusta; gran corredor de madera ya carcomida, cubierto casi todo él por una vigorosa parra, que lo aprisionaba por debajo con sus mil brazos secos y le servía de hermosa guirnalda por arriba; el vasto alero del tejado poblado de nidos de golondrinas; la puerta de la calle negra por el uso y partida al medio como las de toda aquella comarca; por entrambos lados huerta, cuyos árboles frutales aventajaban con mucho la altura de la pared.

Estaba todo perfumado, su traje era casi tan rico como el del Rey, su andar afeminado y lánguido; de sus orejas pendían zarcillos primorosos; de su garganta un collar de perlas; ceñía su frente una guirnalda de flores. Era el mismo Parsondes, que me echó los brazos al cuello. Yo soy, me dijo, muy otro del que antes era.

Palabra del Dia

rigoleto

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