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Una la estaba calzando en aquel momento con diminutos y elegantísimos zapatos de la misma tela, mientras otra cosía precipitadamente algunas flores que se le habían caído. Por la parte de arriba le estaban poniendo una guirnalda de azahar en la cabeza: había gran marejada con tal motivo.

En efecto; Clara, que estaba bordando sobre cañamazo, con lanas de colores, una cabecita de ángel rodeada por una guirnalda de flores, le había hecho los ojos de estambre rojo y los labios con estambre negro; las flores tenían todos los colores tan trastornados, que no se sabía lo que aquello era. Al oír la observación de su amiga, Clara se puso del color de los ojos del ángel.

Tu lecho se halla solitario y frio, Tu asiento acostumbrado está vacio En el paterno hogar, Como el nido de cándida paloma Que al mirarse con alas, vuelo toma Y al cielo sube para no tornar. Por qué cambiaste la materna almohada De amor y de inocencia perfumada Por esa terrenal, Cual virgen consagrada á los altares Que deja la guirnalda de azahares Para dormir en losa sepulcral?

Demasiado sabes la afición que tengo a los pasajes, y sobre todo a los del mar... ¿Por dónde se va? Sígueme..., ya verás. Marta emprendió la marcha hacia un bosque de pinos situado no muy lejos de la casa y Ricardo la siguió. Vestía la niña un traje azul marino, con adornos de encaje blanco, y en la cabeza llevaba sombrero de paja adornado con una guirnalda de campanillas rojas.

11 El veneno en la guirnalda y la triaca en la fuente, fiesta que se representó á SS. MM., de D. Melchor Fernández de León. 12 El marqués de Cigarral, de D. Alonso del Castillo Solorzano. Comedias de D. Antonio de Solís. 1 Triunfos de amor y fortuna, con loa y entremeses. 2 Euridice y Orfeo. 3 El amor al uso. 4 El alcázar del secreto. 5 Las amazonas. 6 El Doctor Carlino.

Sobre sus brazos, como una paloma blanca yerta de frío, trasladó al pobre Pascualet á la caja, á aquel altar levantado en medio de la barraca, ante el cual iba á pasar toda la huerta atraída por la curiosidad. Aún no estaba todo; faltaba lo mejor: la guirnalda, un bonete de flores blancas con colgantes que pendían sobre las orejas; un adorno de salvaje, igual á los de los indios de teatro.

Sobre cada uno de los pesebres, llamados palcos, colocaron dos banderas nacionales cruzadas; una guirnalda de laurel las iba enlazando todas graciosamente. Fue idea de D. Peregrín Casanova, que también había presidido un banquete en el teatro de Tarragona en los quince días que gobernó aquella provincia.

La guirnalda de flores con que debe adornarse la frente, lleva por debajo una corona de espinas; sus guantes de olor están embebidos en un cáustico que desuella las manos. Por fin, acosada de amenazas y violencias, declara su voto irrevocable de virginidad y su secreto desposorio con Jesucristo.

Amparito Ciudad sostenía que la guirnalda era demasiado grande y que no dejaba ver bien el hermoso cabello de su amiga, mientras las demás creían que no había necesidad de aligerarla. Después de vivo altercado se convino en adoptar un término medio, quitando algunas florecitas a la guirnalda, aunque pocas. Se oían frecuentes exclamaciones de las que no tomaban parte en el tocado.

Pero la procesión lujosa de madres fragantes y niñas galanas continúa, sembrando sonrisas por las aceras de la calle animada; y los pobres indios, que la cruzan a veces, parecen gusanos prendidos a trechos en una guirnalda. En vez de las carretas de comercio o de las arrias de mercaderías, llenan las calles, tirados por caballos altivos, carruajes lucientes.