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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Don Álvaro quería que el ateo volviese al Casino, hacía falta aquel refuerzo a los que se empeñaban en deshonrar al Magistral. Foja y Joaquinito Orgaz, que capitaneaban la partida de los murmuradores, propusieron a don Álvaro que fuera una comisión a buscar a don Pompeyo para restituirlo al Casino, «de donde nunca debió haber salido». Se celebraría la restauración de Guimarán con una buena cena.

¿Con que está arriba don Pompeyo? preguntó en la escalera don Custodio. ; no sale de casa estos días; mi padre me arroja a de su lado y clama por ese hereje chocho.... Don Pompeyo Guimarán oyó la voz del beneficiado y le sonó a cura. Se preparó a la defensa, y procuró tomar un continente digno de un libre-pensador convencido y prudentísimo.

Cuando salió, el cochero dormía en el pescante. Había encendido los faroles del coche y esperaba, seguro de cobrar caro aquel sueño. Don Fermín entró en casa de don Pompeyo a las nueve menos cuarto. La sala estaba llena de curas y seglares devotos. Todas las hijas de Guimarán salieron al encuentro del Provisor, cuyo rostro relucía con una palidez que parecía sobrenatural.

El duelo se despidió sin ceremonia; a latigazos lo despedía el viento con disciplinas de agua helada. Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. «Era su deber». Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. «A su espalda, a veinte pasos tenía la tapia fúnebre.

Y en tanto Foja, Mourelo, don Custodio, Guimarán, El Alerta y, entre bastidores, don Álvaro y Visitación Olías de Cuervo, trabajaban como titanes por derrumbar aquella montaña que tenían encima; el poder del Magistral.

Llegó al extremo de proponer en la Junta del Casino que no se celebrara en adelante ninguna fiesta de orden religioso colgando e iluminando los balcones. Ronzal se opuso, pero el Presidente se impuso y se votó aquella abstención. ¡Había triunfado al cabo don Pompeyo Guimarán!

Pero también les había visto don Custodio y se lo había dicho a Glocester y después los dos a toda Vetusta. En tanto, en el café de la Paz había ya público para oír a don Pompeyo y a don Santos maldecir de las religiones positivas y especialmente del señor Vicario general, como llamaba siempre a De Pas el señor Guimarán.

¿De quién es? preguntó la madre al ver que Fermín palidecía. No ... ya la veré después. Ahora al coche... a ver a Guimarán.... Y se puso de pies, escondió la carta en un bolsillo interior, y se dirigió a la puerta con paso firme. Doña Paula, aunque sospechaba, no sabía qué, no se atrevió esta vez a insistir.

Después de habérselo dicho, se aseguraron todos más diciendo que pues el armada no había parescido aquel día, sería ida á Trípol. El Comendador Guimarán se halló presente á esto. Fué requerido que dijese su parescer, y no quiso, diciendo algunos que no tenían agua para sus galeras y que por esto que no se debían de partir tan presto, por lo que se tornó á altercar sobre los paresceres.

Guimarán con los brazos cruzados también, entre la alcoba y la sala, admiraba lo que él llamaba la muerte del justo. Carraspique había corrido a Palacio.

Palabra del Dia

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