Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 17 de mayo de 2025
«¿No era él un filósofo? Bien sabía Dios que sí». Esto de que bien lo sabía Dios era una frase hecha, como él decía, que se le escapaba sin querer, porque, en verdad sea dicho, don Pompeyo Guimarán no creía en Dios. No hay para qué ocultarlo. Era público y notorio. Don Pompeyo era el ateo de Vetusta. «¡El único!» decía él, las pocas veces que podía abrir el corazón a un amigo. Y al decir ¡el único! aunque afectaba profundo dolor por la ceguedad en que, según él, vivían sus conciudadanos, el observador notaba que había más orgullo y satisfacción en esta frase que verdadera pena por la falta de propaganda.
Pero amigo, en aquella ocasión usted no prometió por su honor; juró usted no poner allí los pies... todo Vetusta recuerda sus palabras de usted. Don Pompeyo sintió vapores en la cabeza al oír que todo Vetusta recordaba sus palabras. Pero insistió, aunque más débilmente cada vez, en su negativa. Foja guiñó el ojo al Marquesito. Empezó entonces este el ataque, y Guimarán no pudo resistir más.
Don Pompeyo rompió bruscamente sus relaciones con todos aquellos «espíritus frívolos» y no volvió a poner los pies en el Casino. Tomó esta resolución el día de Navidad, cuando supo que por Vetusta se corría que él, don Pompeyo Guimarán, el hombre que más respetaba todos los cultos, sin creer en ninguno, había profanado la catedral oyendo borracho la Misa del gallo.
Guimarán madrugaba para correr a casa de Barinaga; estaba allí casi siempre hasta la hora de cenar, y esta necesidad material la despachaba en un decir Jesús, dando prisa a la criada, a su mujer, a las niñas. Ea, ea... menos cháchara, la sopa... que me esperan....
La sala del tresillo jamás recibía la luz del sol: siempre permanecía en tinieblas caliginosas, que hacían palpables las tristes llamas de las bujías semejantes a lámparas de minero en las entrañas de la tierra. Don Pompeyo Guimarán, un filósofo que odiaba el tresillo, llamaba a los del gabinete rojo los monederos falsos.
Este Guimarán era favorito de Juan Andrea y medio ayo suyo, aunque era harto más discreto el Juan Andrea que él. Este fué siempre torcedor á que tardase allí tanto el Juan Andrea, por complacer al Virrey, porque los Maestres y los Caballeros de Malta han menester tanto los Virreyes de Sicilia, que no pueden vivir si no los tienen contentos.
La Libre Hermandad se había fundado con ciertos aires de institución independiente de todo yugo religioso, y su primer presidente fue el señor don Pompeyo Guimarán, que de milagro no estaba excomulgado y que no comulgaba jamás. Era el círculo algo como una oposición a Las Hermanitas de los Pobres, a la Santa Obra del Catecismo, a las Escuelas Dominicales, etc., etc.
Fue en vano. «Afortunadamente decía don Pompeyo Guimarán al referir el lance, afortunadamente estaba yo allí para evitar una indignidad». Don Santos había dado plenos poderes a su amigo don Pompeyo para rechazar en su nombre toda sugestión del fanatismo.
A pesar de las amonestaciones y malos tratos de su hija, Barinaga no había querido pasarse al partido contrario; se había hecho libre-pensador y renegaba de todo el culto y de todo el clero. Nada, nada; repetía, todos son iguales; lo que dice don Pompeyo Guimarán; el mal está en la raíz; ¡fuego en la raíz! ¡abajo la clerigalla!». Y cuanto más borracho, más de raíz quería cortar.
Tuvo que cambiar de mesa y de sala, si quiso seguir predicando ateísmo. «¡Este era el estado del libre examen en Vetusta!» pensaba Guimarán con tristeza mezclada de orgullo. En el billar tampoco querían teología racional.
Palabra del Dia
Otros Mirando