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¡En ese caso, es claro! pero dile a una madre que no llore la muerte de su hijo... ¡Anda! ¡dile que ría!... dijo Ricardo. ¡Me guardaré muy bien! ¡Bueno, pues! agregó Lorenzo.

En efecto, mi indiferencia no se extiende, por el contrario, se detiene, y se transforma en un interés muy vivo cuando se trata de usted o de su prima. Guardaré un recuerdo precioso de mi permanencia entre ustedes, y esto me hace deplorar, se lo aseguro, la necesidad que tengo de dejarlas. Voy ahora a confiarle mi deseo.

¿Que no es vuestro sobrino? No, señor. ¿Pues por qué se nombra vuestro sobrino? El cree que lo es. Decidme lo que sabéis acerca de ese joven. Os voy á confesar un terrible secreto de familia dijo Montiño sacando con miedo la carta de su hermano Pedro, que había traído para él la noche anterior el joven. Yo guardaré ese secreto bajo confesión dijo el fraile.

Señora exclamó don Juan : os lo juro por el nombre de mi padre, que conservaré sin mancha; por vuestro amor, que guardaré en lo más profundo de mi alma. Y yo os lo juro por mi honra y por la suya, madre mía. ¡Oh! ¡pues entonces, soy la mujer más feliz del mundo! exclamó, dando un grito ahogado por las lágrimas, la duquesa. Pero de repente palideció y tembló.

El día 22 de junio cobrará usted sus 25.000 francos; de aquí a entonces no hará más que vegetar. Contraerá deudas y sus rentas no harían más que enriquecer a los acreedores. Deme usted su inscripción de renta y yo haré que la venda mi agente de cambio. Guardaré el capital, porque no me fío de usted. En cambio es absolutamente preciso que acepte el producto.

Susana, no me olvides, ruega al cielo por tu desgraciado Quilito... Ha salido muy borroneada, pero podrá leerla; aquí está ya cerrada, con la dirección bien puesta: cuando me encuentren, me registrarán, y no faltará una buena alma que se la lleve... También le escribiré al comisario, diciéndole que a nadie se culpe de mi muerte: así hacen todos los que se matan, ¡cuántas veces lo he leído en los diarios! esta carta la guardaré en el bolsillo, con la otra.

¿Cómo tengo de caminar, desventurado yo -respondió Sancho-, que no puedo jugar las choquezuelas de las rodillas, porque me lo impiden estas tablas que tan cosidas tengo con mis carnes? Lo que han de hacer es llevarme en brazos y ponerme, atravesado o en pie, en algún postigo, que yo le guardaré, o con esta lanza o con mi cuerpo.

Ya me guardaré yo, le respondió, de pasarlos á vms. á Buenos-Ayres, porque seria irremisiblemente ahorcado, y vms. ni mas ni ménos; que la hermosa Cunegunda es la dama en privanza de Su Excelencia.

Con eso, en la obligación De dártela á ti me pones, Si no declaras quién son. Así quedará el secreto En seguridad mayor; Que los secretos, un muerto Es quien los guarda mejor. Pues no te daré la muerte, Caduco, loco, traidor; Sino guardaré tu vida En tan mísera prisión, Que lo prolijo en morir Te saque del corazón A pedazos el secreto. No le ultraje tu furor. No tu saña le maltrate.

Guardaré el documento, como si de él dependiera mi salvación eterna. Aunque me pusieran la punta de un puñal en el pecho, no lo entregaría. ¡Os lo juro!... Pasado mañana prosiguió, cambiando de tono os lo devolveré tal cual está, y entonces deliberaremos sobre lo que tenemos que hacer.