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132 Mírame, y ten misericordia de , como acostumbras con los que aman tu Nombre. 133 Ordena mis pasos con tu palabra; y ninguna iniquidad se enseñoree de . 134 Redímeme de la violencia de los hombres; y guardaré tus mandamientos. 135 Haz que tu rostro resplandezca sobre tu siervo; y enséñame tus estatutos. 136 Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley.

Algunos, como recuerdo de su pasado, guardaban bajo la cama un pellejo de vino, cual si fuese un tesoro.

Aunque de todos los ingenios de que hai composiciones en este cancionero, el mas moderno es Juan de Baena, merece por ordenador de la obra el lugar primero en las muestras que voi á dar del arte que tenian los poetas judíos moradores de estas tierras en aquella edad: de los cuales unos aun guardaban la lei de Moisés, i otros ya la habian abjurado.

¡De qué peso no libró a mi pecho aquella explicación! Todos estaban emocionados, cohibidos; mi madre, el señor de Montbreuse, Eudoxia misma, guardaban un silencio respetuoso. Tal es el imperio de la bondad y de la inocencia. No había ni una de aquellas almas soberbias que no se humillase involuntariamente ante aquella joven un momento antes despreciada.

Llegaba por las mañanas, á todo correr de sus briosos caballos y se arrojaba del coche, metiéndose en el escritorio como si huyera. Aun así, tenía que separar muchas veces con sus fuertes puños á los que le esperaban en la puerta, para proponerle negocios disparatados ó pedirle dinero. Una vez en su despacho, era difícil abordarle al través de los escribientes y criados que guardaban la escalera.

Muchas guardaban aún sus mostradores de piedra y sus tinajas de barro. Los edificios particulares carecían de fachada. Sus muros exteriores eran lisos, inabordables, con algún que otro tragaluz enrejado y alto, lo mismo que en los palacios de Oriente.

No, no repuso Capistun . La guerra es la barbarie nada más. Discutieron el asunto; el gascón, como más ilustrado, aducía mejores argumentos, pero Bautista y Martín replicaban: , todo eso es verdad, pero también es hermosa la guerra. Y los dos vascos especificaron lo que ellos consideraban como hermosura. Ambos guardaban en el fondo de su alma un sueño cándido y heroico, infantil y brutal.

Los «monos sabios», con los brazos arremangados, tiraban de los míseros jacos para que los probasen los jinetes. Llevaban varios días de montar y amaestrar a estos caballos tristes, que aún guardaban en sus flancos las rojas huellas de los espolazos.

Bebieron... El joven Telémaco empezó á hablar de su padre cuando los vasos sólo guardaban la mitad del «refresco», y el cocinero agitó ambas manos en el aire, dando un gruñido que significaba su deseo de no ocuparse de la ausencia del capitán. Tu padre volverá, Estevet añadió . Volverá, pero no cuándo. Seguramente más tarde de lo que asegura Tòni.

No se crea por esto que eran íntimos amigos los aficionados a platicar después del coro. Acontecía allí lo que es ley general de los corrillos. Entre todos murmuraban de los ausentes, como si ellos no tuvieran defectos, estuvieran en el justo medio de todo y en la vida hubieran de separarse. Pero marchaba uno, y los demás le guardaban cierto respeto por algunos minutos.