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Actualizado: 6 de junio de 2025


Un discreto golpe en la puerta del cuarto cortó esta escena. Adelante. Entró un joven vestido de claro, con roja corbata, y llevando el fieltro cordobés en una mano ensortijada de gruesos brillantes. Gallardo le reconoció al momento, con esa facilidad que tienen para recordar los rostros cuantos viven sujetos a las muchedumbres.

Tal vez eran demasiado gruesos para la temperatura reinante, pero ellas tenían prisa de exhibirlos al saltar a tierra, contando con la admiración o la envidia sonriente de las amigas. Faltaban aún varias horas para llegar a Buenos Aires. Las orillas, sin una colina, sin altos bosques, permanecían invisibles y el río desarrollábase inmenso y solitario como el mar.

Hullin era un hombre rechoncho y fornido, de ojos grises, labios gruesos, nariz corta, con una hendedura en la punta, y pobladas cejas canosas.

Para realizarlo se acomodaba en la vasta mesa, no lejos del fuego del hogar, cebado por Sabel con gruesos troncos; y cogiendo al niño en sus rodillas, a la luz del triple mechero del velón, le iba guiando pacientemente el dedo sobre el silabario, repitiendo la monótona salmodia por donde empieza el saber: be-a , be-e , be-i .... El chico se deshacía en bostezos enormes, en muecas risibles, en momos de llanto, en chillidos de estornino preso; se acorazaba, se defendía contra la ciencia de todas las maneras imaginables, pateando, gruñendo, escondiendo la cara, escurriéndose, al menor descuido del profesor, para ocultarse en cualquier rincón o volverse al tibio abrigo del establo.

Al aproximarse, los gruesos zapatones hacían saltar el polvo o las pellas de barro, y las últimas cucharadas tenían el mismo sabor que si comiesen tierra. A medio día era el gazpacho frío, preparado en el mismo campo. Pan también, pero nadando en un caldo de vinagre, que casi siempre era vino de la cosecha anterior, que se había torcido.

De pie en medio de la estancia y señalando sobre su escritorio un apilamiento de gruesos volúmenes forrados en pergamino, prorrumpió: Aquí tenéis, hijo mío, guardado como en pellejos, todo el zumo de la verdad humana y divina.

Quedaron ciento treinta en poder de los vencedores, y el resto lo tragó el mar o lo abrasó el fuego. Veinticinco mil turcos murieron, y más de cinco mil, cautivos quedaron. Halláronse en las galeras apresadas ciento diez y siete tiros gruesos de artillería y doscientos cincuenta menores, y se libertaron doce mil cautivos cristianos.

¿Lo ves, Amalia? Aquí está la madre del cordero. El papel decía en gruesos caracteres, trazados al parecer por tosca mano: «La madre desdichada de esta niña la encomienda a la caridad de los señores de Quiñones. No está bautizada.» ¡Es una niña! exclamaron algunas señoras a un tiempo. Y en el acento con que dejaron escapar estas palabras no era difícil de advertir cierto desencanto.

Por la Porta di Mare subieron á las murallas, baluartes de gruesos bloques calcáreos que aún se mantenían de pie en una extensión de cinco kilómetros. El mar, visible desde las tierras bajas como una estrecha faja azul, se mostró ahora inmenso y luminoso; un mar solitario, sin un penacho de humo, sin una vela, entregado por completo á las gaviotas.

Golfín le acarició el rostro con su mano, tomándolo por la barba y abarcándolo casi todo entre sus gruesos dedos. ¡Pobrecita! exclamó . Dios no ha sido generoso contigo. ¿Con quién vives? Con el señor Centeno, capataz de ganado en las minas. Me parece que no habrás nacido en la abundancia. ¿De quién eres hija? Dicen que mi madre vendía pimientos en el mercado de Villamojada. Era soltera.

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