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Actualizado: 10 de junio de 2025
Nació gimiendo; entre gruñidos y pataleos recibió el agua del bautismo, y gruñendo volvió a casa y continuó, sin cesar, muchos días, comiéndose los puños apretados y perneando rabioso, como sapo clavado en estaca, mientras la pacífica y rozagante Verónica, olvidada de su familia en el último confín del hogar, no se moría de hambre porque la niñera cuidaba, de propio impulso, de esos y otros menesteres.
Por San Juan dejó de trabajar. Una noche fue a pedir dinero a su hermana, y como esta no quisiese dárselo, se enfureció, trabáronse de palabras, asustose ella, renegaron uno de otro, él le dijo algún vocablo malsonante, lloró Isidora, intervino con más celo que autoridad don José, y, por fin, el chico salió de la casa gruñendo así: «No me quieres dar nada. Pues me lo dará Gaitica...».
Después, como si se arrepintiera de haber dicho demasiado, apartó la vista de su sobrino, murmuró algunas voces incoherentes, y volvió á hojear sus papelotes, escribiendo algo y gruñendo siempre, sin dejar de gesticular como si hablara con alguien. Lázaro miró un buen rato la lívida faz del viejo realista, que, iluminada de lleno por la luz, ofrecía fantástico é infernal aspecto.
Acaso había dejado la enseñanza y traspasado el colegio; ¿quién sabe? Volví a subir la escalera y llamé. Se abrió la puerta y... un perro viejo, lanudo, Mustafá, en una palabra, se abalanzó a mí, loco de alegría, ladrando, ahullando, gruñendo, saltando... había encontrado al fin un amigo... había encontrado a Amparo.
Madre Transverberación dijo Inés con voz más entera , el chocolate y los bollos que han hecho sus mercedes ayer para la señora Condesa, ¿dónde están? ¿Los ha traído su merced? No por cierto. ¡Si tuviera su merced la bondad de ir a buscarlos para que los lleve este mozo...! Bien pudo usted haberlos traído replicó gruñendo la vieja. Si la Sra.
A todas las manchas de las paredes, a todas las sombras de los faroles les contaba, gruñendo, la historia de su ruina, y no había piedra de aquel camino, que no supiese la escandalosa leyenda de la fortuna del Magistral.
Aunque gruñendo un poco, concluyó la señora de Montauron por dar el beneplácito, y como Pedro tuviera que pasar por París para ir a embarcarse en Boulogne, fue el encargado de trasmitir la invitación a Fabrice. Cuando el marqués anunció a este amigo su viaje a Inglaterra, donde debía permanecer varias semanas, no pudo el artista dominar su extremada sorpresa.
Yo se lo compraré, yo, yo. ¿Verdad, hijo?... Ven acá, ven acá, que la tía se marcha. Oye tú..., dame una peseta. ¿Para qué? Vaya que estás lela... Para el pandero». Diole Isidora la peseta, y la Sanguijuelera se fue gruñendo.
Es mi mejor amigo.» El italiano replicó gruñendo: «Me ha estado haciendo preguntas de importancia toda la noche, y le he tenido que mentir.» De nuevo Blair se rió, murmurando: «No es la primera vez que habéis tenido que cometer ese pecado.» «No, replicó el otro en voz baja, con la intención de que yo no lo oyera, pero, si me presentáis a vuestros amigos, tened cuidado de que no sean tan astutos o tan inquisitivos como este Greenwood.
Un perrillo microscópico y feísimo salió de entre unas mantas al lado de la chimenea y comenzó a ladrar, retirándose después gruñendo y tiritando. Diole a Margarita miedo el feo animalejo. ¡Parece un diablillo malo! decía. Estaba el salón medio a oscuras, los muebles sucios y revueltos, y veíanse prendas de vestir sobre algunas sillas.
Palabra del Dia
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