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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Por mi parte te hago juramento de que si llegamos a viejos me gustará más estar a tu lado que tomando el sol... ¡Qué vida tan dichosa nos espera y cuánto tiempo hace que sueño con ella!... ¿Te acuerdas cuando un día, en la huerta de casa, teniendo tú ocho años y yo diez, mi pobre mamá nos hizo cogernos de la mano diciéndonos gravemente: «¿Queréis ser marido y mujer?... Pues daos un beso y cuidado con enfadarse más.» Desde entonces nunca pensé que podía casarme con otra mujer más que contigo.
Lo creo, señorita; pero debo decirle que en esa historieta, muy inocente sin duda de parte suya, pero que probablemente lo será menos de la otra, aventura usted muy gravemente su reputación y su reposo. Suplícole que lo reflexione, y al mismo tiempo, que esté muy segura de que nadie sino usted oirá jamás una palabra de mi boca sobre este asunto.
El jefe de la infanteria española, Francisco Tomás Morales, salió gravemente herido de la batalla.
El duque, inquieto, la observaba con atención por debajo de sus párpados medio caídos, mordiendo con impaciencia el cigarro. No puede ser dijo al cabo gravemente la señora. ¿Que no puede ser? ¿Y por qué? replicó con viveza incorporándose un poco en la butaca. Porque yo pienso en dejar por heredera de lo que tenga, poco o mucho, a tu hija. Así se lo he prometido ya.
Y para mayor abatimiento del demonio y promover la fe en esta Reducción, se dignó Su Majestad de favorecerles con algunos sucesos, al parecer, milagrosos. Entre otros, contaré sólo dos. Estaba una india tan gravemente enferma, que ya sus parientes la lloraban por muerta; llegó la enfermedad á término que ya estaba para espirar.
El aldeano, al ver el cañón frente a sí, se asustó mucho y comenzó a gritar, extendiendo las manos hacia Andrés: ¡No tire usted, señorito! ¡no tire usted, señorito! El joven bajó el arma y le dejó marcharse. Cuando se volvió hacia Rosa, la encontró riendo por el terror del paisano. Sin embargo, no tardó en ponerse seria y en decirle gravemente: Ya lo acaba usted de oír, D. Andrés.
Pero tened en cuenta, para perdonarme, que he pasado mi vida entre hombres y mal puedo saber cómo hablar á una mujer de suerte que ni aun ligeramente lleguen á disgustarla mis palabras. Así me gusta. Y ahora, completad vuestra retractación; decid que tenía yo razón al querer vengarme de mi ofensor. ¡Ah, eso no! contestó él gravemente.
El doctor Zurita asintió gravemente. Mucho le había costado a España su gran empresa de Ultramar. Tal vez su decadencia provenía de esto.
Se sintió transportada más bien que conducida á un sillón y cuando abrió los ojos encontró á su hijo de rodillas que la miraba llorando. ¡Oh! querido hijo ¿eres tú? balbució la pobre mujer. ¿Es posible que seas tú? Dios ha hecho por nosotros un milagro. Sí, querida madre, dijo gravemente Jacobo, pero nuestros fieles amigos lo han ejecutado.
Con la última palabra, el ministro exhaló también su último aliento. La multitud, silenciosa hasta entonces, prorrumpió en un murmullo extraño y profundo de temor y de sorpresa que no pudieron hallar otra expresión, sino en ese murmullo que resonó tan gravemente después que aquella alma hubo partido.
Palabra del Dia
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