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Venía ella con vestido de seda muy ceñido, que revelaba todas las airosas curvas de su cuerpo juvenil, y en la graciosa cabeza, sobre el pelo negro como el azabache, llevaba claveles rojos y una mantilla blanca de rica blonda catalana. La función hacía tiempo que había empezado.

Por la pregunta de Rufita. ¿Se ha oído cosa más graciosa? ¿Por quién nos tomarán esas señoras? No le choque a usted, Nieves: es estilo muy corriente ese por acá. Y ¿cuándo piensan venir? Pues cuéntelas usted aquí a la hora menos pensada: de seguro antes de comer hoy. ¿Tan pronto? Y no serán ellas solas... Es el estilo también. ¿De manera que también aquí hay que hacer visitas? ¡Uff!

¿De quién? preguntó Pepe. De Lorenza. ¿Quién es esa señora? La conoces: es aquella viuda graciosa y parlanchína con quien jugabas al aljedrez; buena y lista, pero demasiado amiga de divertirse. No me gusta que ande mucho con ella, pero ¡vaya V. a evitarlo!

¿ qué eres, mujer? le decía . Cigarrera como yo. ¿Y él qué es, mujer? Barquillero como tu padre que en paz descanse. Que te dicen por ahí si eres graciosa, si eres tal y cual.... Conversación y más conversación. ¿

En suma, Magdalena tan encantadora, tan graciosa, tan amable para todos, cometía en menoscabo de su prima todas esas faltas que un niño mimado suele cometer con cualquier otro niño que le estorba o molesta.

Yo mato aún con limpieza una liebre cuando se me antoja, y pienso festejar mis bodas de oro con mi despacho cuando la señorita Raynal festeje las de plata con la oficina de Correos. Al oír este nombre, un fugitivo rubor coloreó la graciosa cara de Eva. Tiene usted una encantadora vecina dijo con convicción. ¿A quién se lo cuenta usted, señorita? exclamó alegremente el señor Neris.

Y el elegante torero, con su esbelta gentileza, suelta la capa sobre el hombro, avanzó hasta el altar, doblando una rodilla con elegancia teatral, reflejándose las luces en el blanco de sus ojos gitanescos, echando atrás la figura recogida, graciosa y ágil.

Nuncita sonrió con enternecimiento al recuerdo de aquellos tiempos, y repuso bajando los ojos con graciosa timidez: D. Máximo venía a casa todos los días, pero nunca me requirió de amores. ¡Qué amores ni qué calabazas! exclamó Paco. Di que quien te gustaba de verdad era el teniente, y concluirás más pronto.

ELECTRA. Que active usted la fusión, Mariano... que queden los metales bien juntitos. MARIANO. Los dos en uno, señorita. ELECTRA. Dos en uno. Ahora, mi graciosa discípula... ELECTRA. Perdone usted, señor mágico. Tengo que ver si han despertado los niños. MÁXIMO. Es verdad. ¿Cuánto hace que comieron? ELECTRA. Tres cuartos de hora. Deben dormir media hora más. ¿Está bien dispuesto así?

De la misma edad que Manuela tenían los duques una hija tan graciosa, picaresca y bonita, que parecía un modelo de Goya, y tan buena, que en limosnas y socorros gastaba mucho de lo que sus padres le daban para galas y alfileres.