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Actualizado: 4 de noviembre de 2025


Fuese el mozo, y el gobernador prosiguió con su ronda, y de allí a poco vinieron dos corchetes que traían a un hombre asido, y dijeron: -Señor gobernador, este que parece hombre no lo es, sino mujer, y no fea, que viene vestida en hábito de hombre.

Y ¿qué dirán mis insulanos cuando sepan que su gobernador se anda paseando por los vientos?

Pero podría asegurarse que no rezó con el Almirante la pragmática, pues sin tantas razones se exceptuó al comendador de Lares Frey Nicolás de Ovando en 26 de Septiembre de 1501, mandando que por el tiempo que en las islas y tierra firme estuviera por gobernador, «pudiera vestir y cubrir su persona de raso de colores, de brocados de seda e paños e joyas, seda, oro e piedras preciosas sin embargo ni impedimento alguno », y más lata concesión se hizo posteriormente en favor de la virreina doña María de Toledo, expresando en la cédula la facultad de aplicar oro y joyas á la montura y arreos de las cabalgaduras que usara.

¡Ah!... saluda al señor gobernador, a la junta y a la monja... Se ha quitado el sombrero y ahora se pone su redecilla roja. ¡Bueno! Después apoya contra el suelo su ancha espada de dos filos... ¡Jesús! ¡Cuánto oro en su traje color de naranja! ¡estoy deslumbrado! ¡oro por todas partes!... oro hasta en sus medias y en sus zapatos... En fin, ya está en la arena...

Dios te la , como puede, y a me guarde para servirte. Deste castillo, a veinte de julio de 1614. Tu marido el gobernador, Sancho Panza.

Juntáronse, pues, todos en una llanura que baña el río Jacopó, en que poco antes se había dado principio á la Reducción de San Rafael, bien acomodada para defenderse por causa de una espesísima selva, en que tenían puestas todas sus esperanzas, y retiradas allí sus pocas alhajuelas, no se atrevieron á menearse de aquel puesto hasta que se serenó aquella borrasca, con que el Apostólico Padre, que se detuvo allí algunos días á fin de penetrar los designios del enemigo, tuvo ocasión cómoda para bautizar á los niños é instruir en los misterios de nuestra santa fe á los grandes, á quienes el temor de la esclavitud de los Mamalucos hizo abrir los ojos para que saliesen de la del demonio; pero el Padre, advertido, no quiso bautizarlos por entonces, reservando para mejor ocasión satisfacer sus deseos; y animándolos á la perseverancia, dió la vuelta á la Reducción de San Francisco Xavier; y de aquí, con toda presteza, pasó á Santa Cruz de la Sierra, para dar cuenta al Gobernador de los movimientos del enemigo, y juntatamente á animar á la gente de armas á salir en campaña á pelear con él y ponerle en fuga, en que no tuvo mucho que hacer para mover la piedad tan innata de los españoles que en todas partes resplandece igualmente que el valor haciéndoles que tomasen por suyas las ofensas de los indios Chiquitos y defendiesen con su propia sangre aquella nueva iglesia, principalmente que se podía con razón temer que el orgullo de los Mamalucos osase también invadir la ciudad si ellos no le saliesen al encuentro para atajarle ó cortarle los pasos.

Pero que si ya lo habian declarado otros, mal podia negarlo él, y me dió las mismas señas que los otros, añadiendo que del rio Bueno á los españoles hay dia y medio de caminos y que le dijese á mi Gobernador que en el caso de querer reconocerlos, no fuesen tan pocos como el año antecedente, sino que pasase de mil hombres la tropa, pues eran muchos los indios que habia.

A este tiempo vino una india, hermana del cacique Tambacurá, y se echó á sus piés muy afligida y desconsolada porque el gobernador de Santa Cruz de la Sierra enviaba á prender á su hermano para castigarle; y manifestando su dolor le dijo tantas razones y le enseñó tales ruegos y súplicas el amor á la sangre, para que le librasen de aquel golpe que, como decía, le habían maquinado por rencor y envidia sus enemigos, que hubieron de condescender los Padres á sus peticiones para que tocasen con las manos y viesen aquellas gentes que ellos no miraban sino á su utilidad y que en las ocasiones eran su escudo y refugio, para aficionarlos por este camino á nuestra santa ley.

Su carácter afable y una razón despejada le ganaron la benevolencia del virrey Vertiz, que en 1781 le nombró Teniente de Gobernador del departamento de Concepción.

La casa más notable es la que llaman en los libros «del Gobernador» que es toda de piedra ruda, con más de cien varas de frente y trece de ancho, y con las puertas ceñidas de un marco de madera trabajada con muy rica labor. A otra casa le dicen de las Tortugas, y es muy curiosa por cierto, porque la piedra imita una como empalizada, con una tortuga en relieve de trecho en trecho.

Palabra del Dia

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