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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Visitaron el rústico emparrado bajo el cual habían hecho sus ramos un día y desde el que se disfrutaba de tan maravillosas perspectivas; siguieron un trecho por las orillas del riachuelo sobre cuyas tranquilas aguas inclinaban los sauces sus ramajes; no se detuvieron sino en la glorieta donde tuvo Delaberge la primera revelación del amor de Camila por el hijo de la señora Miguelina....
Frígilis no estaba allí. ¿Andaría por el parque?... Se echó la escopeta al hombro, y salió de la glorieta. En aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezara dio tres campanadas.
Hasta... hasta donde siempre... sólo que, verás, me estuve en el banco en que tú me dejaste en la Glorieta, lee que te lee hecha una tonta, y me bajé después muy despacio hasta el Miradorio... Viéndome allí ya, como estaba la mañana tan hermosa, alargué el paseo hasta cerca del muelle; pero cuando más descuidada estaba, oigo el reló de la Colegiata, me pongo a contar, ¡Dios mío! y cuento las doce.
Sintiéndome vacilar, me senté en uno de los bancos que, como ya te he dicho, rodean la glorieta, y apoyé la cabeza sobre mis manos. Pasado algún tiempo levanté los ojos, y vi a Adela de pie y vuelta al otro lado, que confeccionaba un ramo de flores. Me levanté, fui hasta donde estaba y le pasé dulcemente un brazo alrededor del cuello, sin osar decir nada.
En la Glorieta dieron Nieves y su padre unas cuantas vueltas con las adherencias que traían desde la Colegiata, y seguidos del propio zaguanete de gomosos, cosa que encendió las iras de las villavejanas desperdigadas y desatendidas entonces por sus habituales cortejantes, y les dio motivo para despellejar viva a la pobre Nieves.
Después de una buena siesta conversaban en la glorieta del jardín Lorenzo, Ricardo y Baldomero que a ratos veían, por entre las plantas y los arbustos, la silueta de Melchor dando órdenes en la caballeriza.
Ven... ven conmigo... por aquí y abrazados como dos hermanos que se consuelan, como dos amantes que se idolatran, siguieron por un camino del jardín hasta una pequeña glorieta en uno de cuyos bancos se sentaron, oyendo claras y nítidas las sugerentes notas del nocturno. ¡Cuánto te incomodo!... No, Lorenzo, tú no puedes incomodarme jamás... ¿pero qué tienes?...
Catalina estaba en el jardín; hice sentar a Elena en una glorieta y entré en la casa con mi amiga, para que la señorita no oyera nuestra conversación. Entonces el señor de Bergmans se deslizó al jardín por una abertura de la cerca y habló con la señorita. ¿Y vos no sabíais que debía ir allí? ¿Y os imagináis que me vais a hacer creer eso? exclamó la condesa.
Luego se puso en movimiento todo junto, aunque cambiando de forma como masa de agua que se acomoda al cauce que la guía, en dirección a la Costanilla, camino de Peleches y a la vez de la Glorieta, adonde se dirigían todos los elegantes de Villavieja entonces, por imperio de la moda.
Los animales salieron gozosos en su compañía, pero viendo que Clara se quedaba vacilaron unos instantes, ladraron a Reynoso como recriminándole por ponerles en aquella disyuntiva y al fin se decidieron a volverse a la glorieta, echándose a los pies de su ama. Te lo digo con todas las veras de mi alma, Clarita; yo quisiera morir de un tiro de tu mano como han muerto esos patos.
Palabra del Dia
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