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Actualizado: 1 de junio de 2025
Me sirve también de singular consuelo el ver, que por medio del fuego de la mayor gloria de Dios que arde en los corazones de mis hermanos los Jesuitas, misioneros de la provincia del Paraguay obra Dios los milagros que obraba en la primitiva Iglesia, porque cumplen estos á la letra lo que Cristo manda á los que profesan la vida apostólica, discurriendo por las inmensas campañas de aquella parte de América, trepando inaccesibles selvas y bosques venciendo la fragosidad de los montes, arrestados siempre á perder mil vidas, sólo por darla á infinitos bárbaros, que ciegos con las tinieblas de la gentilidad, viven más como fieras que como racionales.
Aquí no daba treguas á las fatigas, imponiendo á los bárbaros, con increíble paciencia, en costumbres civiles y políticas, enseñándoles la observancia de los preceptos de la ley de Dios é instruyéndolos en los Misterios de la fe; siendo ésta la tarea continua de todo tiempo y de todas horas, y olvidado de sí mismo, sólo atendía al bien de los prójimos, de suerte, que aun el necesario alimento para conservar la vida apenas había día que no le repartiese con sus cristianos, gozoso y contento con dilatar la gloria de su Señor, y en comprar, á costa de sus sudores, la eterna bienaventuranza á aquella miserable gentilidad; y cuando cansada la naturaleza de tanto trabajo pedía algún reposo, se escondía en la iglesia, y todo absorto en las cosas divinas, se encendía en el amor de Dios, tanto, que no sabía apartarse de su amadísimo bien, hasta que no pudiendo sufrir más el cuerpo flaco, tomaba aquel corto sueño que era necesario para cobrar aliento y vigor, volviendo con más brío y denuedo á cultivar aquellas nuevas plantas.
Era la india de buen natural y no se dejaba fácilmente trabucar el juicio con las necedades locas de los suyos, y mucho menos de la falsa aprensión de que el santo bautismo era tósigo para quitar la vida, conociendo á tantos españoles viejos, con canas, que habían sido bautizados; por eso de buena gana ofreció el niño al Padre; el cual, lleno de una generosa y humilde confianza en Dios, rogó á Su Majestad y le suplicó quitase aquel embarazo á la santa fé, pues no le costaría más que una insinuación de su voluntad; luego se volvió á San Francisco Xavier, pidiéndole que mirase con ojos de misericordia á aquella ciega gentilidad; y pues tanto procuraba la honra de Dios alcanzase de Su Majestad que aquel santo Sacramento no sólo sirviese para librar el alma de aquel inocente de la esclavitud del demonio, sino también para librarle de la enfermedad corporal; y ofreció en agradecimiento de aquel beneficio, que esperaba recibir, le llamaría Francisco Xavier.
Dedicóse al glorioso apóstol de las Indias San Francisco Xavier, para que desde el cielo mirase propicio con ojos de piedad aquella viña inculta de gentilidad, y la convirtiese con celestiales bendiciones en Jardín del Paraíso. No le salieron al Padre fallidas sus esperanzas.
Estos, pues, no mucho después, deseando salir de la gentilidad y hacerse cristianos, se vinieron á vivir y hacer sus casas en nuestra Reducción de San Juan Bautista.
No cae usted en que ciertos actos tienen mucho de grotescos, si no van acompañados de misterioso recato. Y esto, no porque seamos cristianos, sino en la risueña religión gentílica, en que, según usted asegura, Citerea prevalece. Así es de advertir que los poetas más libertinos de la docta gentilidad nos dejaban á la puerta de la cámara nupcial, si trataban el asunto por lo serio.
Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la antigüedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora, con mejor vocación, se llama de todos los santos, y es el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primores y sutilezas de aquella gran máquina y memorable arquitetura; y, habiéndose quitado de la claraboya, dijo al emperador: ''Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de mí fama eterna en el mundo''. ''Yo os agradezco -respondió el emperador- el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere''. Y, tras estas palabras, le hizo una gran merced.
Así acabó el V. P. Lucas el curso de su predicación, llena de tantos trabajos, afanes y fatigas, con la mayor muestra de amor de Dios y de los prójimos, sacrificándose á sí mismo todo, por traer al conocimiento de su Criador los que vivían en las tinieblas y sombra de la gentilidad.
Un pintor se ha convertido en un monarca; un pobre soldado insepulto, un pobre cadáver, se ha tornado en héroe. ¿Y creeis que eso ha podido hacerlo la gentilidad? ¡No!
El arte pagano tenia mujeres. El arte cristiano tiene Marías y Magdalenas. Bajo el arte asiátiaco y griego, cerramos los ojos y vemos bacanales. Bajo el arte del Cristianismo, cerramos los ojos y vemos vírgenes. La gentilidad nos abate; el Cristianismo nos enaltece. Segun la feliz expresion de Pascal, el paganismo nos trae, el Cristianismo nos lleva. El uno viene, el otro va.
Palabra del Dia
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