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Actualizado: 24 de mayo de 2025


De fieras, yo conozco dos clases decía una vez Ana : una se viste de pieles, devora animales, y anda sobre garras; otra se viste de trajes elegantes, come animales y almas y anda sobre una sombrilla o un bastón. No somos más que fieras reformadas.

¿Cómo quitar? -respondió la mujer-. Antes me dejara yo quitar la vida que me quiten la bolsa. ¡Bonita es la niña! ¡Otros gatos me han de echar a las barbas, que no este desventurado y asqueroso! ¡Tenazas y martillos, mazos y escoplos no serán bastantes a sacármela de las uñas, ni aun garras de leones: antes el ánima de en mitad en mitad de las carnes!

Con la suprema vibración de todos sus nervios, Carmen se desprendió por segunda vez de las garras feroces, y en aquel minuto de libertad providente le puso al mozo las dos manos en el pecho y le dió un empujón con todo el vigor juvenil de su noble sangre sublevada y de sus músculos en tensión.

Efectivamente, cuando alguno llegaba en sus viages á libertarse de las garras de esta fiera, se le consideraba como un favorito del Dios, y digno por lo tanto de desempeñar en lo sucesivo el cargo de su sacerdote, poseyendo desde luego el don de sanar las enfermedades, y siendo una de sus atribuciones saber el nombre de todos los tigres de la comarca.

Llegada la noticia de este suceso al P. Superior Joseph Pablo de Castañeda, sospechó prudentemente que lo mismo ó peor sucedería á la Reducción de San Ignacio, y así ordenó á los Padres que allí residían, se retirasen procurando escapar de las garras de aquellas fieras lo mejor que pudiesen, encaminándose á los Chiquitos, donde Dios Nuestro Señor quiso consolar á sus siervos con mejor logro de sus fatigas y sudores.

En mal hora quiso intimidar a Morsamor, quiso abusar de su fuerza y le echó mano al cuello con violento ultraje. Firme y poderosa era la mano de Cardoso. Si hubiera asido bien a Morsamor, le hubiera derribado y hasta aplastado; pero Morsamor, antes de que Cardoso le agarrase bien, se desprendió y se deslizó de entre sus garras, retrocediendo de un brinco hasta la pared de la cámara.

Su rostro gris se volvió de una palidez gredosa, sus ojos salieron de sus órbitas, y sus viejos y secos dedos apretaron como garras el papel que temblaba.

Ya está el héroe otra vez sobre la escena con su porte viril, pero... ¿y su fuerza? Su fuerza no es la loca rebeldía del que quiere vivir; es la resignación, es la alegría del vencido en la lucha, que no le importa nada su derrota porque trae la paz, aunque en sus garras lleve su voluntad deshecha y rota.

Muy brutos, eso , capaces de las mayores barbaridades, pero con un corazón que se conmueve ante el infortunio y les hace ocultar las garras... ¡Pobre gente! ¿Qué culpa tienen si nacieron para vivir como bestias y nadie les saca de su condición?

A su izquierda veía otra mujer, pero no pudo reconocerla. Lo único que pudo distinguir fue un velo de encaje, dos grandes alas de cachemira y dos garras de diamantes. El conde se paseaba con paso agitado: iba de una a otra mujer y les hablaba al oído. Finalmente, el techo se abrió, descendiendo un hermoso niño mofletudo, parecido a esos querubines que guardan los tabernáculos de las iglesias.

Palabra del Dia

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