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Actualizado: 26 de julio de 2025
Las amigas seguían envidiándole el «rey de las praderas» y encontraban muy interesante su matrimonio. ¿Era prudente, después de esto, abandonar á su buen mozo, para que lo agarrase otra mujer?... La vida en intimidad resultaba triste y penosa. El recuerdo de aquella noche se interponía entre los dos.
Crecía a veces el letargo y apagaba también aquella luz pavorosa, pero al fin y al cabo luz, y al verse a oscuras Diógenes, al sentirse caer en aquel sueño que le parecía el último, en aquella sombra negra en que se perdía la mirada y en aquel silencio siniestro en que se perdía la voz, clavaba las uñas en las sábanas y las hacía jirones, como si se agarrase desesperadamente al borde de la fosa en que le hubieran de enterrar.. y despertaba, despertaba no bien había pegado los ojos, como si algún importuno le empujara de improviso, con pesadillas horribles en que los más ligeros ruidos tomaban proporciones colosales, pareciéndole el rumor del tren el de una catarata de bronce fundido que se despeñase en sus orejas; el de los cascabeles de un coche, redobles de mil tambores golpeando en sus propios tímpanos; el chirrido peculiar de las carretas vascongadas, el soñua que avisa al casero vasco en las revueltas del camino, un ruido del infierno que por diabólico prodigio se encarnase en una sierra candente y le dividiera la masa de los sesos mitad por mitad... Así pasó la noche; un poco antes del alba desapareció el sopor, huyó el letargo con sus pesadillas, y un sueño tranquilo le adormeció entre sus brazos más de dos horas.
En mal hora quiso intimidar a Morsamor, quiso abusar de su fuerza y le echó mano al cuello con violento ultraje. Firme y poderosa era la mano de Cardoso. Si hubiera asido bien a Morsamor, le hubiera derribado y hasta aplastado; pero Morsamor, antes de que Cardoso le agarrase bien, se desprendió y se deslizó de entre sus garras, retrocediendo de un brinco hasta la pared de la cámara.
Y sin esperar respuesta, dio media vuelta y salió de la casa a toda prisa, temiendo sin duda que su tía le agarrase por los faldones. Bien claro explicaba él su conducta, chismorreando consigo mismo: «Yo no sé defenderme con palabras; yo no puedo hablar, y me aturullo y me turbo sólo de que mi tía me mire; pero me defenderé con hechos.
Si se muriera de pena por verse así desdeñada, o si rabiosa agarrase un cordel y se colgase de una viga, créeme, tus remordimientos serían peores que las llamas de pez y azufre de las calderas de Lucifer. ¡Qué horror! No quiero que se desespere. Me revestiré de todo mi valor: iré a verla. ¡Bendito seas! Si me lo decía el corazón. ¡Si eres bueno! ¿Cuándo quieres que vaya?
Palabra del Dia
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