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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Yégof caminaba a la ventura mientras que la noche se acercaba; el frío aumentaba por momentos, y los zorros rechinaban los dientes persiguiendo una caza invisible: el buharro hambriento se dejaba caer sobre la maleza con las garras vacías, lanzando angustiosos gritos.

Acudió Arturito a defenderla, pero el gaucho, más fuerte y más decidido, le dio un empellón y le apartó de bastante maltrecho. Todavía se lanzó sobre Arturito, decidido a darle de golpes; pero unas manos poderosas que parecían dos garras le asieron por ambos brazos, le zarandearon y sacudieron como si fuera un pelele y le derribaron por tierra con desprecio.

Martín pasó por el puente del Azucarero contemplando el agua verdosa del río. Al llegar a la plazoleta donde comienza la Rua Mayor del pueblo viejo, Martín se detuvo frente al palacio del duque de Granada, convertido en cárcel, a contemplar una fuente con un león tenante en medio, en cuyas garras sujeta un escudo de Navarra. Estaba allí parado, cuando vió que se le acercaba el extranjero.

Ferragut pensó que así debían mirar las locas en sus grandes crisis. Hablaba entre dientes, con pausas de emoción, admirando la ferocidad de aquellas bestias, doliéndose de no poseer su vigor y su crueldad. ¡Ser así!... Poder ir por las calles... por el mundo, tendiendo las garras... ¡Devorar!... ¡devorar!

Esta era la parte grata de su tarea, la obra verdaderamente divina que le dejaba el corazón anegado de dulzura y entusiasmo. ¡Arrancar un alma de las garras del demonio!

Llegué a la puerta y al no oír el menor ruido en el interior, me dije: «Ya no encontrarás sino un cadáverNo, todavía vivía, pero la muerte había puesto ya en ese rostro la marca de sus garras. El cartílago de la nariz se destacaba más, los labios, entreabiertos, dejaban ver los dientes inclinados, los ojos casi desaparecían en el fondo de sus azuladas cavidades.

Vamos, no es posible explicar cómo eran. Chemed tenía cerca de treinta y cinco años. Mutileder no había conocido a su madre. No sabía lo que era la amistad y el cariño de la mujer. ¡Pobrecito mío! exclamaba Chemed. ¡Pícaro Adherbal! No paga con la vida el mal que te ha hecho. Haces bien en querer vengarte y salvar a Echeloría de las garras de ese monstruo.

Hasta aquí lo que se sabe de la historia de fray Pedro de San José, que debió darse por satisfecho de haber salido con vida de las garras inquisistoriales.

Ya le he dicho á ese condenao que su primo le espera y no está usted para canciones... Pero Aresti no la hizo caso y se dejó abordar por aquel hombre, diciéndose mentalmente: «¡Qué magnífico animalTembló por su mano, cuando se la agarró el gigantón con una de sus garras de dedos callosos y gruesos.

En la descripcion de los indios, se supone ser grande como un asno, de la figura de un lobo marino, ó nutria monstruosa, con garras punteagudas y dientes fuertes, las piernas gruesas y cortas, la lana larga, muy velludo, con la cola larga con disminucion hasta la punta. Los españoles le describen de otro modo: con la cabeza larga, la nariz aguda, y recta como la de un lobo, y las orejas derechas.

Palabra del Dia

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