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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Había pasado poco tiempo desde que doña Catalina había salido de la casa de su padre, hasta que un criado anunció á su excelencia la duquesa de Gandía. Maravilló esto al duque, porque doña Juana jamás había ido á su casa. Cambió precipitadamente de traje y fué á su cámara á recibir á la duquesa. Doña Juana estaba conmovida, pálida, ojerosa.
La reina se estremeció. El padre Aliaga se cubrió de sudor frío. Pero la reina no se detuvo; dió dos palmadas, y se abrió la puerta de la cámara. Apareció la condesa de Lemos, que, por enfermedad de la duquesa de Gandía, desempeñaba accidentalmente las funciones de camarera mayor, como primera dama de honor.
En efecto dijo el platero , este brazalete es una de las alhajas del aderezo completo que hice para el casamiento de la señora duquesa de Gandía. Pues devolved estos dos brazaletes á la duquesa dijo Jerónimo, que comprendió que era el mejor medio de escapar, y dejando las dos joyas, salió de la tienda y se perdió. El platero llevó al momento las joyas á la duquesa.
Cuando esta mañana encontré sobre la mesa la carta que viste en que se me avisaba que don Rodrigo llevaba siempre sobre sí mis cartas, y se me ofrecía darme esas cartas por mil y quinientos doblones, me propuse averiguar quién era el que de tal modo, burlando el particular interés de la duquesa de Gandía y la presencia de la servidumbre, lograba penetrar hasta mi dormitorio.
Pero cuando una santa se encuentra á obscuras en una galería apartada con un hombre, tal como el duque de Osuna, por lo mismo que es una santa, se encuentra sin saber cómo en la situación en que se halla la duquesa de Gandía.
Para hacer testamento á mi gusto, necesito tener un hijo, y vengo á que vos me deis ese hijo. Púsose en pie de un salto el conde de Haro. El duque de Gandía no se movió del sillón en que estaba sentado. Sí, sí señor, vengo á que me deis un hijo por medio de una de vuestras hijas.
En verdad que el duque de Osuna se había permitido enamorarla aun antes de ser viuda del duque de Gandía; pero el noble don Pedro, á pesar de que era joven é impetuoso, sabía enamorar á doña Juana sin que ésta se ofendiese, de la manera más delicada, más discreta, más respetuosa, más peligrosa, sin embargo, para la mujer objeto de aquellos amores que nadie conocía, más que el duque que los alentaba, y doña Juana causa de ellos.
Pasó bien media hora, y ya empezaba á impacientarme cuando sentí pasos. Preparé la linterna. Pero la persona que se acercaba traía luz: entró precipitadamente en el dormitorio, y miró con avidez: era la duquesa de Gandía, que siguió adelante y entró en el oratorio. Poco después salió pálida, aterrada, murmurando: ¡Dios mío! ¿dónde está la reina?
La duquesa de Gandía era acérrima partidaria de don Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, marqués de Denia y secretario de Estado y del despacho. Tenía para ello muy buenas razones, porque sólo apoyándose en buenas razones, podía ser amiga del duque la virtuosa duquesa.
No hablemos de eso dijo poniéndose serio el conde de Haro ; mi hija llevará á vuestra casa en dote, las buenas tierras de un mayorazgo de hembra que posee, cuya renta sube á trescientos mil ducados. No hablemos de eso dijo el duque de Gandía ; yo no necesito más que la hermosura y la nobleza de vuestra hija. Tiene treinta años. Mejor. Pues entonces... ¡Sanjurjo! ¡Sanjurjo!
Palabra del Dia
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