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Actualizado: 9 de junio de 2025
Cosa sorprendente: Apolonio asistía sin enojo, antes con orgullo, al vencimiento de sus gallos. Lo esencial era que nunca cantaban la gallina; morían porque debían morir, que el héroe muere siempre a la postre, y no a manos de otros héroes, sino por el vil puñal.
Los gallos cantan a lo lejos; una cinta de sol fulgente cruza el blanco mármol y marca sobre el piso un vivo cuadro. Los minutos transcurren lentos, interminables. Suena a lo lejos una tos seca y persistente; se oye el chisporroteo de un hornillo. ¿No viene nadie? pregunto al mozo. Le diré a usted me contesta ; es que anoche hubo en el pueblo baile de máscaras... Quedo profundamente convencido.
El casamiento de Gregoria se celebró a los dos meses, entre gallos y media noche, porque el luto y las circunstancias que le habían precedido, no permitían otra cosa; fué una ceremonia triste, casi fúnebre: los cuadros de la sala ostentaban aún negros crespones y la araña de cristal los colgajos negros, entonces de rigor; para alegrar la vista, se pusieron flores en los jarrones de las consolas.
Sin que yo se lo preguntase, Primo me enteró del carácter e historia de aquel dulce personaje. Había robado unos gallos cuando tenía dieciocho años. Le echó mano la Policía. Se fugó a la sierra. Comenzó a merodear, asaltando a los pastores y a los viajeros, pero nunca les exigía más que lo indispensable para vivir. Mató a un guardia. Ya no pudo presentarse, porque le costaba la cabeza.
23 Yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía y su ranchito tenía y sus hijos y mujer... era una delicia el ver como pasaba sus días. 24 Entonces... cuando el lucero brillaba en el cielo santo, y los gallos con su canto nos decían que el día llegaba, a la cocina rumbiaba el gaucho... que un encanto.
Por lo demás yo reconozco que es íntegro... y que sabe... que sabe... por más que su decantado darwinismo... y aquella locura de injertar gallos ingleses...». Guimarán fue varias veces derrotado por Frígilis en sus polémicas.
Además, le interesaban muy poco las peleas de aquellos gallos ingleses. En la misma sala estaban sentados departiendo amigablemente los dos notarios de la población, don Víctor Varela y Sanjurjo. El uno era un viejo, pequeño, de ojos saltones, con enorme peluca, tan groseramente fabricada, que parecía de esparto; el otro, un hombre de media edad, pálido, con bigote entrecano y cojo de nacimiento.
Los dueños de los gallos se retiran á otra señal, y los combatientes se contemplan con las plumas erizadas, mueven la cabeza y se arrojan uno sobre otro, continuando la riña hasta que uno de ellos cae mortalmente herido.
Hasta él llegaba el rumor de la concurrencia, mayor que otros días, con motivo de su llegada. ¿Qué iba a hacer allí? Hablar de los asuntos del distrito, de la cosecha de la naranja o de las riñas de gallos, describirles cómo era el jefe del gobierno y el carácter de cada ministro.
Mientras que en nuestra Europa, con bastante agua para el desenvolvimiento de la vida, nos saludamos burguesamente preguntándonos por la salud y los negocios, los gallos del Africa oriental, se preguntan inclinándose. «¿Has hallado agua?» En el Indostán, al criado encargado de refrescar la morada rociando el piso, le llaman el «paradisiaco».
Palabra del Dia
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