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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Donde quiera que se lleve la vista, se admiran los mas prodigiosos contrastes, los paisages mas pintorescos, y sobre todo la animacion constante producida por el movimiento y la algazara de esos seres, tan varios en sus formas y colores, que alegran á la madre naturaleza compitiendo con las flores para ser de ella uno de los mas bellos ornamentos . Hay allí efectivamente una muchedumbre de pájaros á cual mas preciosos: los loros parleros, los tunquís ó gallos de roca de color de fuego , el cefaloptero de plumage oscuro, pero de una configuracion muy caprichosa , los cotingas, los recamados tangaras , los veleidosos picaflores y tantísimos otros que pueblan esas hermosas campiñas.
Como protesta de la eterna vida, en el mismo camposanto las malas hierbas crecen vigorosas, extienden sus vástagos robustos por el suelo y dan un olor acre en el crepúsculo, tras de las horas de sol; pían los pájaros con algarabía estrepitosa y los gallos lanzan al aire su cacareo valiente, como un desafío.
Los gallos no han cantado todavía. No lejos de la Plaza Mayor, en el huertecillo de humilde vivienda, una mujer, cuya blanca vestidura parece relucir en la sombra, va y viene por los senderos cual inquieto fantasma. Es Rosa, la hija menor de Gaspar Flores y María de Oliva.
Tengo un gallinero que es un encanto. ¡Si me viera usted por las mañanas rodeada de plumas y cacareos, arrojando el maíz a puñados, teniendo a raya a los gallos que se meten bajo mis faldas y me pican los pies! Me parece mentira que sea yo la misma de otros tiempos, que blandía la lanza e interpretaba, así regularmente, los ensueños de Wagner. Ya verá usted a mi gente.
No había milagro; el sol iba á salir, la mañana prometía ser magnífica, la brisa era deliciosamente fría, las estrellas en el oriente palidecían y los gallos cantaban á más y mejor. Aquello era mucho pedir; ¡más facil le era á la Virgen enviar los doscientos cincuenta pesos! ¿Qué le cuesta á ella, la Madre de Dios, dárselos?
Sus gallos daban siempre el pecho; los demás seguían una cobarde táctica de combate, simulaban huir en torno al ruedo, y cuando más confiado iba el héroe en su persecución, se volvían inopinadamente y le daban traidoras estocadas. Sus gallos, como los personajes de Sófocles, sabían morir con belleza, y por lo tanto con gloria, que viene a ser lo mismo.
En Bulusan, como en la mayor parte de los pueblos playeros del estrecho hay no afición, sino fanatismo por el gallo y sus peleas, de las que dice un notable escritor. «En Filipinas la pasión por los juegos de gallos es un verdadero delirio, y ninguna ley puede hacer variar el número y duración de las riñas que producen tal carnicería en los combatientes que bien puede dársele el calificativo de inhumana.
Un loco; simpático años atrás, pero ahora completamente ido, intratable; un hombre que tenía la manía de la aclimatación, que todo lo quería armonizar, mezclar y confundir; que injertaba perales en manzanos y creía que todo era uno y lo mismo, y pretendía que el caso era «adaptarse al medio». Un hombre que había llegado en su orgía de disparates a injertar gallos ingleses en gallos españoles: ¡Lo había visto ella!
Eran sus tertulios asiduos algunos pollastres nuevos, varios gallos conocidos y un número bastante mayor de lindas y feas damiselas que acudían a la casa sedientas de marido. Porque la Niña, en esto como en todo, mantenía religiosamente las tradiciones legadas por su hermana. Era la protectora decidida de todos los noviazgos que se iniciaban en Lancia, por desatinados que fuesen.
Edmundo De Amicis, en algunos de sus libros afortunados, ha hablado de la página magistral, la página clásica, la página estupenda que todo escritor debe tener conciencia de haber escrito o poder escribir, para poder así llegar a la posteridad. Una de esas páginas, por ejemplo, es la que se refiere a la «riña de gallos» en el libro sobre España.
Palabra del Dia
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