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El juego, los toros, las riñas de gallos, etc., subsisten porque el gobierno los estimula y explota con las loterías, los circos oficiales, los impuestos, etc. Los españoles viven entre viñas literalmente, y consumen muy poco vino. Si las leyes hubieran explotado la intemperancia como elemento fiscal, es seguro que los ebrios abundarían como los jugadores y mendigos.

Ella, ayudada de dos o tres señoras de alto linaje, igualmente amantes del prójimo, había logrado celebrar más de veinte funciones dramáticas, otros tantos bailes de máscaras, seis corridas de toros y dos de gallos, todo en beneficio de los pobres.

Con papá hace casi lo mismo: a mamá y a Leo es a quienes él quiere ser simpático. Lo de siempre: apoderarse de las mujeres para hacer guerra a los hombres. Temo que no te falte razón. Pues chico, mucho ánimo, y a evitar lo que pueda sobrevenir. Estás expuesto a que se convierta la casa en un reñidero de gallos. ¡Primero le tiro por la ventana! Créeme; nada de violencia.

Procura no pasar por las iglesias donde está la imagen de San Pedro: el santo no es muy aficionado a gallos, y mucho menos a su canto. Huye también de ciertos hombres que hay en el mundo, llamados cocineros, los cuales son enemigos mortales nuestros y nos tuercen el cuello en un santiamén. Y ahora, hijo mío, Dios te guíe y San Rafael Bendito, que es abogado de los caminantes.

Y en la calle, empedrada de punzantes guijarros, entre el ángulo de la pared y el piso, al pie de los zócalos rosas o azules, corre una cinta de espesa y alegre hierba verde. El cielo está radiante, limpio, de un azul pálido. Llegan lejanos sonoros repiqueteos de fragua. El sol refulge en las fachadas. Cantan los gallos.

Un accidente noté que prestaba extraña tristeza a la situación: era el canto de los gallos que a lo lejos se oía, anunciando la aurora. Jamás escuché un sonido que tan profundamente me conmoviera como aquella voz de los vigilantes del hogar desgañitándose por llamar al hombre a la guerra.

Y entonces el viejo a quien yo he preguntado mueve la cabeza con su gesto característico y replica filosóficamente: Lo mismo da patacón que diez céntimos. Cantan a lo lejos los gallos. De pronto vibra en los aires una campanada, larga, grave, sonora, melodiosa; y luego, al cabo de un momento, espaciada, otra, y después otra, otra, otra... Esto es a agonía dice una vieja.

Al fin y al cabo, ¿por qué no iría a la taberna del Arco Iris para ver qué se decía de la riña de gallos? Todo el mundo iba allí, y, ¿en qué otra cosa podía pasar el rato, bien que a él no le preocuparía nada aquella diversión?

Hay gallos en cada casa, en cada rincón, al pié de cada árbol, á lo largo de los muelles y playas, en la proa de cualquier barco de cabotaje, y como si todo esto no fuera bastante, se encuentran además esculpidos y pintados con carbón en las paredes. Es considerada por el indio como una falta de cortesía el tocar á un gallo de pelea, y siempre se solicita permiso del dueño para examinarlo.

Cualquiera diría que en los ataques tiene pesadillas, y que rabia de celos o se muere de amor.... Ese estúpido de don Víctor con sus pájaros y sus comedias, y su Frígilis el de los gallos en injerto, no es un hombre. Todo esto es una injusticia; el mundo no debía ser así. Y no es así. Sois los hombres los que habéis inventado toda esa farsa.