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Un suceso inesperado vino a sacudir el letargo y aburrimiento que la tertulia me causaba. Daniel Suárez, el odioso malagueño que me había inspirado tantos recelos y que aún me los inspiraba, fue presentado a las de Anguita por un pollastre en que no me había fijado. Esto no tenía nada de particular. Por aquella tertulia pasaban todos los forasteros, como habían pasado ya todos los naturales. Sin embargo, me produjo cierta emoción y, ¿por qué no decirlo?, bastante malestar. Disimulé cuanto pude, mostrándome afable.

En cuanto a Serafina, era la gala de los paseos, y los vecinos la mostraban a los forasteros como una de las maravillas indígenas. También tendía a aclimatarse, y aun con raíces más hondas, la familia Körner, que quería fincar en aquella ciudad, uniendo su nombre a la causa de la industria que con tanto calor defendían los periódicos de intereses morales y materiales de la localidad.

Había conquistado la riqueza, pero era semejante á uno de aquellos forasteros infelices que, al volver á su país, satisfecho de sus ahorros en las minas, se encontrase con la casa destruida y la familia ausente. Aresti le escuchaba moviendo la cabeza, como si lo que su primo le relataba lo hubiese adivinado desde mucho tiempo antes.

Pesaba sobre ellos, como cadena de insufrible presidio, la casta virtud ibicenca, el exclusivismo isleño, receloso para los forasteros. Allí no se bromeaba con el amor, no se perdía el tiempo en galanteos; o la indiferencia hostil, o el noviazgo honesto para casarse cuanto antes.

Después los forasteros, en agradecimiento, los convidan y llevan á sus rancherías, correspondiendo con el mismo trato, cumplimientos y bárbara cortesanía, y éstas son todas sus andanzas y peregrinaciones.

El hombre á los negocios y la mujer sola á la iglesia ó á hacer visitas, como única diversión. Pasó una pareja cogida del brazo. Serán forasteros se dijo el doctor. Tal vez algún empleado de los que envía el gobierno. Maketos, como dicen mis paisanos. Eran ya las once, y Aresti, pasando ante la iglesia de San Nicolás, fué en busca de su primo.

De la provincia y de Madrid llegaban forasteros para la corrida de toros del día siguiente. Mariano el campanero invitó a los amigos a oír la serenata en la galería grecorromana de la fachada principal. A la hora en que se apagaban las luces en las Claverías y don Antolín cerraba la puerta de la calle, Gabriel y sus amigos deslizábanse cautelosamente hasta la habitación del campanero.

Nuestro lecho es de záfiro. Sustentamos diariamente á treinta mil personas, ademas de muchos huéspedes forasteros, y todos reciben cotidianamente pensiones de nuestra cámara para mantener sus caballos y para otros menesteres. Comen diariamente á nuestra mano derecha doce arzobispos, á nuestra izquierda veinte obispos, ademas del patriarca de Sto.

Porque no sólo van al café los perdidos y maldicientes; también van personas ilustradas y de buena conducta. Hay tertulias de militares, de ingenieros; las de empleados y estudiantes son las que más abundan, y los provincianos forasteros llenan los huecos que aquellos dejan. En un café se oyen las cosas más necias y también las más sublimes.

De esta gloriosa embajada portuguesa, que el Padre Ambrosio presenció durante su permanencia en Roma, hizo el Padre a los frailes un entusiasta relato. La fama, decía el Padre Ambrosio, había anunciado por toda Italia la novedad singular de la Embajada portuguesa. Gran multitud de forasteros de todas las repúblicas y principados de Italia acudieron a Roma.