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Actualizado: 14 de junio de 2025
¿Qué tienes, hombre? ¿qué haces aquí? te estoy llenando de polvo la ropa nueva.... Don Fermín salió del comedor. Entró en el despacho. Teresina hacía la cama del señorito. No le oyó entrar porque cantaba y la hoja del jergón sacudida le llenaba de estrépito los oídos. El señorito como huyendo, salió del despacho también. Salió de casa.
Fermín pasó todo el día en el escritorio trabajando, con el pensamiento lejos, muy lejos; traduciendo cartas mecánicamente, sin fijarse en el sentido de las palabras, uniendo números como un autómata. Algunas veces levantaba la cabeza y permanecía inmóvil, mirando fijamente a don Pablo Dupont al través de la puerta abierta de su despacho.
Don Fermín estaba en ascuas. ¿Qué le importaba a él? Pues estaba en ascuas. Andaba a la ventura, sin saber a dónde ir. Se encontró a la puerta de su casa. Dio media vuelta y, seguro de que nadie le había visto, apretó el paso bajando por un callejón que conducía a la plazuela de Palacio, a la Corralada. «¡Mi madre! pensó. No se había acordado de ella en toda la tarde».
Después de haber tropezado en el trasaltar con el Provisor, se había dirigido hacia el trascoro, y dentro de la capilla del otro, había visto, mirando de soslayo, dos señoras; nuevas sin duda, pues no sabían que aquella tarde no se sentaba don Fermín.
Vale más con su chaquetón de monte que todos esos señoritos del Caballista. Yo estoy por lo popular: yo soy muy gitana... Y dando al joven un ligero bofetón con su manecita acariciadora, siguió la marcha, volviendo varias veces la cabeza para sonreír a Fermín, que la seguía con la vista. ¡Lástima de muchacha! se dijo.
Este era el pontífice infalible en aquel hogar honrado. Tenían cuatro hijas los Carraspique; todas habían hecho su primera confesión con don Fermín; habían sido educadas en el convento que había escogido don Fermín; y las dos primeras habían profesado, una en las Salesas y otra en las Clarisas.
Cuando vio don Fermín a Petra tan propicia para servirle por dinero, sintió más y más haber comenzado por el camino absurdo, vergonzoso de una seducción... ridícula.
Fue una genialidad de gran señor, un capricho de millonario que se admiraba a sí mismo proporcionando un mendrugo a un desesperado que encontraba obstruidos todos los caminos de la vida. Fermín halló un jornal en la viña de Marchamalo, la gran propiedad de los Dupont. Poco a poco fue conquistando la confianza del amo, el cual se fijaba atentamente en su trabajo.
Más de una vez la guardia civil tuvo que visitarla y cada poco tiempo iba a la cabeza del partido a declarar en causa por lesiones o hurto. El cura, Fermín, y hasta los guardias, que estimaban su honradez, la habían aconsejado en muchas ocasiones que dejase aquel tráfico repugnante; ¿no la aburría pasar la vida entre borrachos y jugadores que se convertían tan a menudo en asesinos?
Su protector había muerto, Salvatierra andaba por el mundo y su compadre Paco el de Algar le abandonaba para siempre, muriendo de un enfriamiento allá en un cortijo del riñón de la sierra. También el compadre había mejorado de suerte, aunque sin llegar a la buena fortuna del señor Fermín.
Palabra del Dia
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