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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Iba vestido pobremente, pero muchas veces lucía en sus dedos sortijas femeniles, y para sonarse sacaba de las profundidades de su blusa un pañuelito de batista, pequeño, con ricas blondas y gran cifra, que aún exhalaba débil perfume. Se encargaba durante la semana él solo de barrer el inmenso circo, graderíos y palcos, sin quejarse de lo abrumador de este trabajo.
Los niños rubios habían desaparecido de las ventanas; los paseantes, cada vez más escasos, transitaban por el exterior con el busto inclinado, llevándose una mano a la gorra y ladeando la cara para defender los ojos y las narices de algo molesto; los velos femeniles crujían lo mismo que banderas o se elevaban en espirales de color, manteniéndose rebeldes a las manos enguantadas que pretendían aprisionarlos.
Manolita ofrecía otro tipo distinto, admirándose en ella lozanas carnes y suma gracia, unida a un defecto que para muchos es aumento singular de perfección en la mujer, y a otros, verbigracia a don Pedro, les inspira repulsión: un carácter masculino mezclado a los hechizos femeniles, un bozo que iba pasando a bigote, una prolongación del nacimiento del pelo sobre la oreja que, descendiendo a lo largo de la mandíbula, quería ser, más que suave patilla, atrevida barba.
Un ayuda de cámara irlandés se encargaba de contestar, imitando su firma, los centenares de cartas femeniles que llegaban semanalmente de todos los extremos del planeta pidiendo á Gould un autógrafo sentimental. Mina vió su casa, elegante edificio de madera, verde y blanco, entre jardines siempre primaverales.
Y soltaba redonda la mayor de las injurias femeniles. Presintiendo lo que iba á ocurrir, torció Robledo su marcha, avanzando hacia la casa y colocando su caballo ante los últimos peldados de la escalinata de madera. Pero no consiguió verse obedecido ni aún por los hombres más adictos á él, que le habían acompañado en la expedición.
Ripamilán, casi oculto entre las faldas de doña Petronila, a quien llevaba enfrente, iba en sus glorias; no por su contacto con el Gran Constantino, sino por ir entre damas, bajo sombrillas, oliendo perfumes femeniles, y sintiendo el aliento de los abanicos; ¡salir al campo con señoras! ¡la bucólica cortesana, o poco menos!
Urgían estas explicaciones, un tanto menudas, pero necesarias, para que no crean mis lectoras, al verme otra vez amiga de Petrona, que soy una veleta tornadiza que hago y deshago amistades por simple capricho, incapaz de aquella serena constancia y ponderado equilibrio de humor que, dentro de las naturales destemplanzas de los nervios femeniles y de la extremada sensibilidad de nuestras vanidades diarias, ya señaladas por el viejo Salomón, han de ponerse en el cultivo de las relaciones y de los afectos.
Pudo ver entonces con dimensiones agrandadas, casi del tamaño de un hombre de su especie, á este pigmeo tan interesante para él. Era, efectivamente, un Edwin Gillespie igual al que meses antes vivía en California, pero grotescamente disfrazado con vestiduras femeniles.
De todas las narices la parte más visible de estos fantasmas doloridos pendían gotas que iban a caer sobre los pliegues del paño burdo. Un hombre hablaba con bondadosa autoridad, exigiendo calma, en medio del estrépito de las voces femeniles que rugían broncas de pena y de los suspiros masculinos atiplados por el dolor.
Quizás entonces la multitud que por las tardes acude á la orilla del río no pasaría indiferente ante las puertas del vergel levantado por el Asistente Arjona y que en otros días fué punto de reunión necesaria de la buena sociedad, expansión de femeniles bellezas y centro de la elegancia y de la moda de la capital de Andalucía.
Palabra del Dia
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