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Actualizado: 16 de mayo de 2025
La casa era como la de todos los paisanos, aun los mejor acomodados, pobre y fea: en el piso bajo estaba la cocina, con pavimento de piedra y escaño de madera ahumada: arriba había una salita con dos cuartos: en uno dormían Rosa y Ángela; en el otro, su padre; abajo, en un cuartucho, Rafael y el criado.
Porque D. Nicolás, lejos de poseer una esposa bella, laboriosa, inteligente, como Teruel, tenía por compañera un endriago. Le llevaba diez ó doce años de edad, era fea, achacosa, impertinente, ridícula. Y á cambio de estas cualidades exigía que se la adorase, que el bueno de su marido la mimase todo el día, le prodigase las caricias más subidas y exquisitas.
Toma..., ciento y un años, desde antes que mi padre naciera. ¿Y quién es esa Rosita, su patrona? ¡Quién, señá Rosa Mística! respondió Momo con un gesto burlón . Es la maestra de amiga. Es más fea que el hambre; tiene un ojo mirando a Poniente y otro a Levante; y unos hoyos de viruelas, en que puede retumbar un eco.
Pero si la mujer es para vos completamente indiferente, si sólo os casáis mecánicamente dijo el conde de Haro, que era un tanto socarrón , casáos con la menor de mis hijas; tiene veinte años, es fea, fuertemente fea de cara, pero robusta, llena de vida, y á propósito, decididamente á propósito para la maternidad.
Esta era muy humilde; pero Nazaria, que tenía instintos de embellecimiento doméstico, la había arreglado de modo que pareciese menos fea de lo que realmente era. Estaba la Pimentosa postrada en desvencijado sofá. Había desmerecido tanto su persona desde el año anterior que no parecía la misma.
Por supuesto la muerte de cabezang Pedro, no se la achacaron al mediquillo ni mucho menos, pues allí no hay la fea costumbre de echar el muerto á las espaldas del que lo asistió en vida. Se muere porque sí, y al hoyo y talagá nang Dios.
Desde este punto estratégico situado en el centro del concejo, D. Lesmes hacía constantes correrías por todo él, dejando á los hombres, pero no perdonando hembra alguna, ni por fea ni por vieja. Nadie conoció jamás un caballo de tan buena boca. Si se pudiesen poner en ristra las víctimas de sus hechizos, impondrían terror por la calidad tanto como por la cantidad.
Afortunadamente para los mancebos acertó á cruzar por allí con un caldero en la mano Maripepa. Era ésta una mujer de cuarenta años lo menos, fea, coja, desdentada, á pesar de lo cual no había en Entralgo zagalilla más pagada de su beldad.
Si me decidiese yo a ser novia de usted, sería por considerarlo bueno y honrado, y en vez de ocultarlo como fea mancha, lo pregonaría y lo dejaría ver a todos con más orgullo que si enseñase una joya, jactándome de ello, en vez de andar con tapujos. Ya sabe usted mí modo de pensar. Nada más tenemos que decirnos. Ahora, lo repito, váyase usted y déjeme tranquila.
Si bien mi tía no me pegaba, desquitábase en cambio diciéndome cosas chocantes. Había adivinado que me dolía ser tan pequeña y no perdía ocasión de herir ese punto vulnerable; me llamaba fenómeno y me repetía que era fea. Poco tiempo antes, hallábame yo misma muy linda y tenía mucho más confianza en mi opinión, que en la de mi tía.
Palabra del Dia
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