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Actualizado: 18 de mayo de 2025
¡Quién! exclamé; ¡Farinelli!... ¡ese músico!... ese cantor italiano... ostenta la orden de Calatrava, que se me ha rehusado... y es recibido en las habitaciones de Su Majestad mientras yo hago antesala, ¡yo, grande de España! ¡conde de Fonseca, marqués de Priego!... ¡Háganse cargo, señores, de los tiempos en que vivimos!
Todos nos sentíamos consternados, y la Reina más que todos: adoraba a su esposo, de quien veía amenazadas la razón y la vida con aquella negra enfermedad, y no sabía de qué medio valerse para librarle de la muerte, cuando pensó en Farinelli, cuya voz, se decía, obraba milagros. La Reina rogó al cantante que viniese a Madrid, y le colocó en una habitación contigua a la del Rey.
No delante de mí, al menos replicó un joven, que había oído las palabras del conde de Fuentes. Era Rafael Moncénigo, el cual ostentaba con orgullo las insignias de su nuevo empleo. El barbero trató de contener a su hijo. Déjeme usted, padre mío; mientras mi mano pueda sostener una espada, no se ultrajará impunemente a Farinelli en mi presencia, y el señor me dará una satisfacción.
Carlos Broschi, llamado Farinelli, cantor á quien atrajo á su corte Felipe V, fué el encargado de la dirección del teatro del Buen Retiro, y, con arreglo á sus órdenes, se representaron en el mismo las óperas más brillantes, con toda la pompa escénica indispensable.
No hablaré a ustedes de los nobles y grandes señores de la corte de España que se arrastran a sus pies; y de alguno, que no les nombraré, que le ha pedido delante de mí su protección y su favor con tanta bajeza, que yo estaba avergonzado y Farinelli también; pero sí haré mención de que, para colocar a cada uno a su altura, el artista contestaba con dulzura y modestia: ¡Dios mío!
Farinelli ha hecho más... ha encantado, ha seducido caracteres más feroces aún: a los individuos que tenía en la corte, a sus enemigos, a sus rivales... ¡a mí mismo, señores!... ¡a mí! el famoso Caffarelli... Oigan ustedes lo que con él me sucedió, y del modo que le conocí. La atención de los circunstantes redobló con las palabras de Caffarelli, y todos se aproximaron para no perder una palabra.
La joven bajó los ojos con una turbación inexplicable... Luego levantó la vista y fijola confusamente sobre Farinelli, a quien tendió su mano.
Pero se me rechaza, se me tiene postergado, y, ¿por qué?... Porque detesto a los favoritos y a los eunucos; porque soy enemigo de Farinelli, y lo proclamo en voz alta; y así lo hice ayer mismo, en su presencia, cuando pasaba por la sala de guardias. Sí, me ha hecho una injusticia, una afrenta; es un infame... Y lo diré a la faz de todo el mundo...
A lo que contesté: te has equivocado, el primero eres tú. Al ver aquel entusiasmo y aquella originalidad, todos los asistentes habían reconocido al famoso Caffarelli, que, a propuesta de Farinelli, había sido llamado a Madrid para cantar en el teatro italiano, con una pensión de cincuenta mil ducados de renta.
Cantamos, reunidos en la corte, en la pieza Arturo de Bretaña, una grandiosa escena musical donde yo representaba un tirano furioso y Farinelli a un joven príncipe que aquél tenía preso y cuya muerte decreta el tirano. Empecé cantando un aria del tirano... Era magnífica... era un tirano como nunca se había visto.
Palabra del Dia
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