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Actualizado: 8 de junio de 2025


Entonces habló de mi hijo, haciendo presente al Rey que había a la sazón dos regimientos vacantes: el de la Reina y el de Astorga. Sea dijo el Rey; concedo el mando del último a Rafael Moncénigo. Anteayer prosiguió el barbero con orgullo y satisfacción paternales, mi hijo recibió su despacho; ¡mi hijo es coronel!...

No delante de , al menos replicó un joven, que había oído las palabras del conde de Fuentes. Era Rafael Moncénigo, el cual ostentaba con orgullo las insignias de su nuevo empleo. El barbero trató de contener a su hijo. Déjeme usted, padre mío; mientras mi mano pueda sostener una espada, no se ultrajará impunemente a Farinelli en mi presencia, y el señor me dará una satisfacción.

Es el presidente del Consejo de Castilla dijo el joven caballero al Duque y a sus vecinos, dándose aires de importancia; le conozco bien. No, caballerito; no me conoce usted: ¡soy Rodrigo Moncénigo, barbero de Su Majestad! Al oír estas palabras, el duque de Carvajal púsose el sombrero, que acababa de quitarse.

Tiene usted razón, me sonrojo por la nobleza española. Y ambos, en testimonio de estimación, se dieron las manos al tiempo de separarse. Al salir, el marqués de Priego se encontró por casualidad al lado de Rodrigo Moncénigo. ¿No podría usted, señor barbero le dijo en voz baja, hablar por a Farinelli?

Ha colocado al frente del ejército a hombres de mérito y de señalados servicios sin dejar plaza al favor... Yo tenía un hijo, señores, que recibió tres heridas batiéndose con los imperiales; un hijo que en la batalla de Bitondo arrebató de las manos del enemigo una bandera y la entregó al marqués de Montmar, que era nuestro general; y este hijo era capitán hacía diez años, y hubiera continuado siéndolo toda su vida, porque descendía del pueblo, porque su abuelo, Sancho Moncénigo, mi padre, era barbero de una aldea.

Desde aquel instante, yo, Rodrigo Moncénigo, barbero del Rey, fui restablecido en mis funciones, así como en los derechos y honores de mi cargo. Habiéndose hecho llevar la Reina una cruz de Calatrava, con el permiso de su augusto esposo, la puso, con su propia mano, en el pecho de Farinelli. Ahí tiene usted continuó el barbero mirando al marqués de Priego cómo fue condecorado el músico.

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