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¿Usted ha traído este billete del Padre Hurtado? -, Señor. Y ¿nada le indicó que me dijera de palabra? Nada, Padre. Es raro. Haga favor de esperar un momento. El Rector estaba sorprendido. Que un hombre como el Padre Hurtado hubiera escrito esas cuantas palabras, tan faltas de sentido común, era un absurdo.

Quien busque en las comedias cuadros comunes prosáicos y naturales, imitaciones exactas de la realidad ordinaria, personificaciones de vicios y faltas con ejemplos morales, contrapuestos á ellas; quien concurra al teatro para oir acerbas invectivas y rasgos satíricos, ó para presenciar escenas groseras burlescas, que excitan estúpidas risas, ha de renunciar á Lope de Vega, indemnizándose con Molière ó Wicherley, Goldoni ó Kotzebue.

¡Pobre madre! ¡qué poco te daba en cambio de tantas privaciones como por mi causa habías sufrido; de las joyas que habías vendido o empeñado para satisfacer mis caprichos y mis viajes, o para ocultar mis faltas ante la severidad siempre justa de mi padre!

»Y discurrí, y fatigué la enardecida máquina de mis ideas..., todo para la pobre víctima de mis enormes faltas: yo, su verdugo, no tenía derecho ni a disculparme para moverla a que me las perdonara. ¡Pero era tan estrecho el círculo en que se revolvían mis pensamientos por la naturaleza misma de las cosas meditadas!, ¡había un enlace tan íntimo entre lo que era irremediable y lo que podía tener algún remedio!

No es menor, por tanto, la tarea que ha de proponerse el crítico, porque hasta sus faltas aisladas, que no se puede menos de conocer y confesar, se hallan revestidas de tan deslumbrador colorido poético, que se necesita hacer verdaderos prodigios de calma y reflexión para no hablar de ellos como lo haríamos cuando nos arrastra ciegamente la admiración más exagerada.

Por los crímenes de los esposos, por las negligencias de los padres, por las faltas de los hijos. Perdón, Señor. Por los atentados contra el Romano Pontífice. Perdón, Señor. Por las persecuciones levantadas contra los obispos, sacerdotes, religiosos y sagradas vírgenes. Perdón, Señor.

Verdad que estos castigos se hallaban funestamente neutralizados por el mimo y regalo con que su madre lo criaba. No sólo ocultaba con mil artificios sus faltas y le amparaba cuando su padre iba á corregirle, sino que le daba cuanto dinero había á mano, sin comprender la desgraciada el daño que hacía.

Entre las dos se lo arreglaban todo, callando cuando ella aparecía. Con esto se hizo más tímida, más humilde; no se atrevía a quejarse de las faltas de la criada; trabajaba cada día más en la casa, echando sobre , cuando podía, el trabajo de su hermana; hacía esfuerzos por aparecer amable y simpática como si estuviera en casa extraña. D.ª Carolina trataba a su yerno con más ceremonia.

Aquel hombre había sido muy malo para , muy malo para su hermana; pero era mi pariente cercano, hermano de mi madre; la sangre que corría por mis venas era su sangre, y esa voz interna que nos incita a ser benévolos con las faltas de los nuestros, no podía permanecer callada después de la escena que pasó ante mis ojos.

ISIDORA. Te lo he dicho mil veces. El reconocimiento de Joaquín... ISIDORA. Que reconozcas a nuestro hijo. Delante de ti no debo ni puedo disimular mis faltas. He sido un calavera, un disipador; merezco lo que me está pasando. Yo tenía una regular fortuna. ¿Sabes cómo se me ha ido de entre las manos?