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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Un fulgor de plata inundaba el horizonte, y allá, tras los picachos de la Sierra, surgía la luna llena, espléndida y magnífica. A las cuatro de la tarde ya todo estaba listo. Tía Pepilla arregló mi petaca en dos por tres, y concluída la faena me dijo cariñosamente, echándome los brazos: Rorró... ¿no vas a despedirte de tus amigos? ¿Amigos? Sí; el doctor, tu maestro, Ricardito Tejeda....
En casa la hablaba y la mimaba: cuando salía á dar algún corto paseo por el contorno la invitaba para que le acompañase, aunque tuviese que abandonar alguna faena doméstica, le mostraba sus haciendas y comunicaba con ella sus planes de reforma. Nada de esto escapaba al ojo avizor de los campesinos que al paso de ellos se dirigían miradas y sonrisas de inteligencia.
Y como hablaba con un amigo del amo, no quiso ocultarle las astucias de que se valían en las viñas para acelerar el trabajo y sacarle al jornal todo su jugo. Se buscaba a los braceros más fuertes y rápidos en la faena y se les prometía un real de aumento poniéndolos a la cabeza de la fila. Este era el que se llamaba hombre de mano.
El barco estaba sucio, lleno de basura, de manchas de sangre. Apenas navegaba; unas masas verdes de vegetación que allí flotan en el mar se habían acumulado en la proa y no dejaban avanzar a El Dragón. El capitán mandó que desde la ballenera y el bote fuéramos cortando aquel estero por la mitad, y después de una larga faena lo pudimos partir en dos pedazos y pasar por en medio.
La matanza se hace una vez al año en cada casa medianamente acomodada; y en aquella faena suele lucir la señora su actividad y tino. Se levanta antes que raye la aurora, y rodeada de sus siervas dirige, cuando no hace ella misma, la serie de importantes operaciones.
Duró esta faena preparatoria más de una semana, sudando y jadeando la familia desde el alba á la noche. La mitad de las tierras estaban removidas. Batiste las entabló y labró con ayuda del viejo y animoso rocín, que parecía de la familia. Había que proceder á su cultivo; estaban en San Martín, la época de la siembra, y el labrador dividió la tierra roturada en tres partes.
Risotadas de mujeres y ladridos de hombres que venían de tomar la mañana, precedieron a la faena; y al fin empezaron a girar las cribas cilíndricas con infernal chillido; el agua corría de una en otra, pulverizándose, y la tierra sucia se atormentaba con vertiginoso voltear, rodando y cayendo de rueda en rueda, hasta convertirse en fino polvo achocolatado.
Asistíamos a la faena de acostar a los niños cuyo tocado de noche se hacía por indulgencia en el salón, y a quienes la madre llevaba a la cama, todos envueltos en tela blanca, los brazos colgantes y los ojos cerrados ya por el sueño. A eso de las diez nos separábamos.
Conservaba cierta amistad con la dueña de un taller, por haber trabajado para él cuando escaseaba la faena en la fábrica de gorras. Isidro se opuso. ¡Trabajar ella, mientras él permanecía en forzosa inacción! ¡Trabajar, cuando estaba enferma y el desarreglo de su organismo la obligaba a largas horas de inmovilidad!... Adiós, idilio.
Después se frotó mucho las manos, murmurando: «Bien, bien; esta es la cosa». Era el movimiento inicial del obrero que se aligera las manos antes de empezar una ruda faena, o del cavador que se las escupe antes de coger la azada. Después dijo bruscamente y sonriendo: «¿Me permite usted echar un cigarrillo?».
Palabra del Dia
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