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Sólo con D. Fadrique se mostraba el Padre respetuoso y deferente, suponiendo que él tenía, sin poderlo remediar, un afecto por su antiguo discípulo, que le hacía sobrado débil. Muchacho dijo á D. Fadrique, apenas le vió entrar, ¿qué buen viento te trae por aquí de improviso? Maestro contestó el Comendador, he venido expresamente para consultar á V.

Por dicha, el desenvolvimiento de tan mala inclinación coincidió casi con la ida de D. Fadrique al Colegio de Guardias marinas, y se evitó así todo escándalo y disgusto en Villabermeja.

Yo, si fuera el Papa, negaba la licencia que habrá que pedirle. Pues qué exclamó D. Fadrique, ¿son ustedes parientes tan cercanos? Don Casimiro Solís es el pariente más cercano que tiene mi padre, contestó Clara.

Al día siguiente de la llegada la chacha Ramoncica quiso lucirse, y se lució, dando un magnífico pipiripao. D. Fadrique, cuando oyó esta palabra, tuvo que preguntar qué significaba, y le dijeron que algo á modo de festín.

Prosiguiose la guerra hasta la muerte de Alfonso, que por morir sin hijos fué Don Jaime llamado á la sucesion, y hubo de venir á estos Reinos, dejando en Sicilia á Don Fadrique su hermano, para que la gobernase y defendiese en su nombre.

Sólo así se comprende que D. Fadrique viniese á ser impío sin leer ni oir nada que á ello le llevase. Esta nueva calidad que apareció en él era bastante peligrosa en aquellos tiempos. D. Diego mismo se espantó de ciertas ideas de su hijo.

No llevemos la conversación por ese camino, Sr. D. Fadrique. Si á V. le parece blasfemia lo que yo creo, impiedad y blasfemia me parece á cuanto V. dice y piensa. ¿Á qué, pues, hablar conmigo de Dios? Deje V. á Dios tranquilo, si por dicha cree en

Por último, tanto rogó, prometió y dijo D. Fadrique, que D. Carlos hubo de someterse y salir aquel mismo día para Sevilla, si bien ofreciendo sólo ausencia de poco más de un mes: hasta que llegasen las vacaciones de verano.

En estos casos la fe debe salvar; pero en el caso de Doña Blanca no había fe que valiese contra la evidencia que ella tenía. Cerrar los ojos, vendárselos y remedar fe era una infamia. D. Fadrique, condenando en su corazón y en su inteligencia serena los furores de Doña Blanca, la aplaudía y ensalzaba de que pensase con rectitud y con nobleza.

Á mi se me ha metido en la cabeza que ese chico te quiere, que ha sabido que yo venía á pasar aquí un mes, que ha oído decir que yo era viejo, y, con estos datos, el insolente ha supuesto lo demás. Don Fadrique decía todo esto con risa, para embromar á su sobrina; y, aunque dudoso de su recelo, algo picado de la desvergüenza del poeta, que por otra parte no había dejado de caerle en gracia.