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Actualizado: 9 de julio de 2025
En estas faenas, dirigidas por él, casi siempre estaba presente el P. Jacinto; y al cabo D. Fadrique quedó instalado, forjándose un retiro, rústico á par que elegante, y una soledad amenísima en el lugar donde había nacido. Encantado estaba D. Fadrique con su modo de vivir.
Bien, bien dijo D. Diego. ¡Por vida del diablo! ¿Te he hecho mal, hijo mío? No, padre dijo D. Fadrique. Está visto: yo necesitaba hoy de doble acompañamiento para bailar. Hombre, disimula. ¿Por qué eres tonto? ¿Qué repugnancia podías tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero clásico y de buena escuela es un baile muy señor? Estas damas me perdonarán. ¿No es verdad?
Decía el cura Fernández, que conoció y trató á D. Fadrique, y de quien sabía muchas de estas cosas mi amigo D. Juan Fresco, que D. Fadrique refería con amor la anécdota del bolero, y que lloraba de ternura filial y reía al mismo tiempo, diciendo mi padre era un vándalo, cuando se acordaba de él, dándole de latigazos, y retraía á su memoria á las damas aterradas, sin dejar una de ellas de tocar la guitarra, y á él mismo bailando el bolero mejor que nunca.
De las cosas de D. Fadrique, durante tan larga ausencia, se tenía ó se forjaba en el lugar el concepto más fantástico y absurdo. D. Diego y la chacha Victoria, que eran las personas de la familia más instruidas é inteligentes, murieron á poco de hallarse D. Fadrique en el Perú.
Los de don Casimiro resistían poco y se ponían en un momento en vergonzosa fuga: pero como D. Fadrique se aventuraba siempre más de lo que conviene á la prudencia de un general, resultó que dos veces regó los laureles con su sangre, quedando descalabrado.
Y pudiera ser que rehusando Don Fadrique el entregar á Roger, fuera ocasion de rompimiento y guerra; y así no quiso Roger poner á Don Fadrique en nuevos cuidados, ni su libertad en peligro si se quedára en Sicilia.
Don Fadrique se burlaba de la seriedad vulgar é inmotivada, en virtud de una seriedad exquisita y superlativa; por lo cual era jocoso. Conviene advertir, no obstante, que la jocosidad de D. Fadrique rara vez tocaba en la insolencia ó en la crueldad, ni se ensañaba en daño del prójimo. Sus burlas eran benévolas y urbanas, y tenían á menudo cierto barniz de dulce melancolía.
Sí, padre. Ea, vete á tus quehaceres, que yo voy á ver á Clarita. Y, en efecto, el P. Jacinto y la criada se fueron por su lado cada uno. Entre tanto, D. Fadrique se hallaba ya en presencia de Doña Blanca, sorprendida, pasmada, enojada de tan imprevisto atrevimiento.
De esta suerte pudo muy bien nuestro D. Fadrique, sin apartarse un ápice de la verdad, dejar de ser creído en algo, sin que sus paisanos se atreviesen á decirle, como decían al mayordomo del Duque cuando hablaba del Vesubio: "¡Esa es grilla!"
Siempre que había un lance de éstos, D. Fadrique era el primero en acudir al lugar del peligro; pero es lo cierto que no bien corría la voz de que la capa-paloma iba por el Retamal abajo, las calles y las plazuelas se despoblaban de los más belicosos chiquillos, y todos acudían en busca del capitán idolatrado. La victoria, en todas estas pendencias, quedó siempre por el bando de D. Fadrique.
Palabra del Dia
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