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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Yo soy algo vivo de genio. Así terminó el lance del bolero. Aquel día bailó otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas, á la más leve insinuación de su padre.
D. Fadrique reconocía no obstante, que si estaba lejos aún el día en que sea casi imposible adquirir mal lo que uno mismo adquiere, estaba aún mucho más lejos el día en que sea casi imposible heredar mal lo que se hereda. El modo de no empujar hacia más hondo porvenir la aurora de ese día, era dar buen ejemplo en contra.
En aquella edad, pensar así en España y en sus dominios ya hemos dicho que era expuesto; pero D. Fadrique tenía el don de la mesura y del tino, y sin hipocresía lograba no chocar ni lastimar opiniones ó creencias.
Los Catalanes, y Aragoneses ya firmes y seguros en las Provincias de Athenas, y Beocia, gobernaronse algun tiempo por Roger Deslau, como arriba diximos, pero poco despues, ó por muerte de Roger, porque se cansaron de su gobierno, y le arrimaron, enviaron embaxadores al rey Don Fadrique, á quien amaban de corazon, por mas agravios y menos precios que de él hubiesen recibido, y le suplicaron fuese servido de darles Príncipe y Señor que les gobernase.
Un día llevó D. Diego á su hijo D. Fadrique á la pequeña ciudad, que dista dos leguas de Villabermeja, cuyo nombre no he querido nunca decir, y donde he puesto la escena de mi Pepita Jiménez. Para la mejor inteligencia de todo, y á fin de evitar perífrasis, pido al lector que siempre que en adelante hable yo de la ciudad entienda que hablo de la pequeña ciudad ya mencionada.
Don Fadrique, según la general tradición, era un hombre de este género: un hombre jocoso de puro serio. Claro está que hay dos clases de hombres jocosos de puro serios. Á una clase, que es muy numerosa, pertenecen los que andan siempre tan serios, que hacen reir á los demás, y sin quererlo son jocosos. Á otra clase, que siempre cuenta pocos individuos, es á la que pertenecía D. Fadrique.
D. Fadrique, por V. y por ser V. el tío de la señorita Doña Lucía, tan bondadosa y excelente, estoy dispuesto á oir á V. y hasta á obedecerle en cuanto esté de mi parte, sin considerar el provecho que por mi obediencia V. me promete. No me he explicado bien replicó D. Fadrique.
La ropa de viaje de D. Fadrique, que estaba muy traída y con algunas manchas y desgarrones, se quedó en la posada, donde dejaron los caballos. D. Diego quiso que su hijo le acompañase en todo su esplendor. El muchacho iba contentísimo de verse tan guapo y con traje tan señoril y lujoso.
Las chachas Victoria y Ramoncica lloraron mucho la partida de D. Fadrique; el P. Jacinto la sintió; D. Diego, que le llevó á la Isla, se alegró de ver á su hijo puesto en carrera, casi más que se afligió al separarse de él; y los frailes, y Casimirito sobre todo, tuvieron un día de júbilo el día en que le perdieron de vista.
Don Diego, como queda dicho, llevó á D. Fadrique á la ciudad. Tenía D. Fadrique trece años, pero estaba muy espigado. Como iba de visitas de ceremonia, lucía casaca y chupa de damasco encarnado con botones de acero bruñido, zapatos de hebilla y medias de seda blanca, de suerte que parecía un sol.
Palabra del Dia
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