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Actualizado: 9 de noviembre de 2025
Don Fadrique miró con disimulo, pero con mucha atención, á Clarita mientras que D. Carlos recitó el idilio. Si aun le hubiera quedado la menor duda de que Clara era Clori, la duda se hubiera disipado. Á Clarita, valiéndonos de una expresión en extremo vulgar, si bien muy pintoresca, un color se le iba y otro se le venía mientras los versos duraron.
Don José era bondadoso y reposado, D. Fadrique un diablo de travieso; pero D. José no atinaba hacerse querer, y D. Fadrique era amado con locura de ambas chachas, del feroz D. Diego y del ya citado P. Jacinto, quien apenas tendría treinta y seis años de edad cuando enseñaba la lengua de Cicerón á los dos pimpollos lozanos del glorioso y antiguo tronco de los López de Mendoza bermejinos.
Bien sabía D. Fadrique que este término estaba aun remotísimo, pero sabía además que el mejor modo de acercarse á él era el de hacer todo negocio suponiéndole ya llegado; esto es, como si no hubiese riqueza mal adquirida en la tierra.
Oyóse primero la voz de una criada que decía: Señorita, señorita, Doña Lucía está llamando á su merced. Un momento más tarde sonó en el patio contiguo una voz argentina y simpática, que respondía: Allá voy; sal á la calle; ¿para qué he de entrar en tu casa? Salieron D. Fadrique y Doña Lucía, y hallaron ya á Doña Clara en la puerta.
Dando paseos por su estancia; despidiendo desabridamente á la curiosa Lucía, que asomó la rubia cabeza á la puerta, y preguntó, como de costumbre, qué había de nuevo, y lleno todo de agitación, esperó D. Fadrique más de hora y media. El fraile llegó al cabo; pero, antes de que abriese los labios, columbró D. Fadrique, en lo melancólico que venía, que era portador de malas nuevas.
«Alonso López interrumpe estas y otras reflexiones muy sensatas acerca de la conducta y porte de los actores, quejándose de lo mucho que tarda la representación. Hugo le replica así: «No hay que tratar, sino que el mejor entretenimiento de todos es la conversación del Sr. Fadrique.
Don Fadrique y el P. Jacinto iban y venían á Villabermeja; pero estaban más tiempo en la ciudad. La donación de los bienes de D. Fadrique se había hecho en toda regla y con el posible sigilo. Don Fadrique vivía modestamente de su paga de oficial retirado. Habitaba, no obstante, en Villabermeja la casa del mayorazgo, alhajada con los preciosos muebles que trajo cuando vino.
La capa-paloma parecía que había dado alas al chico, quien se hizo más inquieto y diabólico desde que la poseyó. D. Fadrique, cabeza de motín y de bando entre los muchachos más desatinados del pueblo, se diría que llevaba la capa-paloma como un estandarte, como un signo que todos seguían, como un penacho blanco de Enrique IV.
Dicho esto, preguntó: ¿A do vamos, que en el de la Cruz se representa La Ifigenia, y en el del Príncipe una comedia? Hugo dijo: Muy amigo soy yo de una tragedia. El Pinciano: Yo de una comedia. Y Fadrique: Pues echen suertes, que yo á todo me acomodo. Y Fadrique: Pues así es, vamos al que está más cerca.
Concluyéronse después de algunas contradicciones, y se establecieron con mayor firmeza con el casamiento, que luego se hizo de Leonor hija de Cárlos con Don Fadrique, con que el Reino quedó libre y sin recelo de volver á la servidumbre antigua, y el Rey pacífico señor del estado que defendió con tanto valor.
Palabra del Dia
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