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Actualizado: 4 de mayo de 2025


«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su cólera. Adivinaba lo que iba á ocurrir: la suerte final de aquellos bravos de sable afilado frente á los hombrecillos astutos y amarillos que se habían ido apropiando en silencio el arte de matar de los occidentales.

A no ser por semejante desgracia, acaso hubiera tenido carrera: los Moscosos conservaban, desde el abuelo afrancesado, enciclopedista y francmasón que se permitía leer al señor de Voltaire, cierta tradición de cultura trasañeja, medio extinguida ya, pero suficiente todavía para empujar a un Moscoso a los bancos del aula.

Aquellas frases iban poco a poco resolviéndose en palabras sueltas, después en monosílabos; oíase un bostezo, otro, y al fin todo quedaba en plácido silencio, después de extinguida la luz, a cuyo resplandor había enriquecido sus conocimientos el capataz de mulas. Una noche, después que todo calló, dejose oír ruido de cestas en la cocina.

Las alabanzas de la Orden extinguida se renovaron ó surgieron entonces, derramándose sobre ella como sobre fúnebre monumento un diluvio de flores. Los más eminentes personajes de Europa, aun entre los no católicos, habían celebrado ó celebraron á los jesuítas: Enrique IV de Francia, Catalina II de Rusia, Rousseau, Diderot, Leibnitz, Lessing, Herder y mil otros.

La vida cesó en él, a consecuencia del estallido y desbordamiento vascular, produciéndole conmoción instantánea, tan pronto iniciada como extinguida. Se desprendió de la humanidad, cayó del gran árbol la hoja completamente seca, sólo sostenida por fibra imperceptible. El árbol no sintió nada en sus inmensas ramas.

Ni un rayo del sol penetra bajo aquellas cúpulas sagradas donde vaga el genio de toda una raza, de toda una civilización extinguida.... A la derecha, entre pabellones de yedra y tupidos arbustos y colosales olmos, se destacan las murallas y los torreones de la línea interior de fortificaciones que separaba la Alhambra propiamente dicha de los vastos jardines de la ciudadela.

Los millones de años que llevamos de vida y los que esperamos vivir aún, serán para él una primavera. Acaso, cuando vuelva él de veranear o de bañarse en algunos baños de su mundo, encuentre ya el nuestro desolado y hecho ruinas, y extinguida, nuestra efímera raza. Pero no tendrá razón. Lo importante es la inteligencia, la cual no se mide por varas, ni por kilómetros, ni por diámetros terrestres.

Aquello no era vivir como cristianos. Eran perros furiosos persiguiéndose, con la sed de la pasión nunca extinguida. ¡Ah, la grandísima perdida! Ella y la madre le abrasaban las entrañas con sus bebidas. Bien se veía en Pepet, cada vez más flaco, más amarillo, más pequeño, como un cirio que se derretía.

Extinguida la pobreza, la caridad, el generoso donativo y las más bellas obras de misericordia no llegarán a ejercerse y se olvidarán o quedarán atrofiadas en el alma. Si la paz perpetua se realiza y las guerras se acaban, adiós virtudes bélicas, grandes capitanes y héroes valerosos.

Si, por desdicha, la Humanidad hubiera de desesperar definitivamente de la inmortalidad de la conciencia individual, el sentimiento más religioso con que podría substituirla sería el que nace de pensar que, aun después de disuelta nuestra alma en el seno de las cosas, persistiría en la herencia que se transmiten las generaciones humanas lo mejor de lo que ella ha sentido y ha soñado, su esencia más íntima y más pura, al modo como el rayo lumínico de la estrella extinguida persiste en lo infinito y desciende a acariciarnos con su melancólica luz.

Palabra del Dia

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