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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Y todo esto sería verdad, pero le gustaba muy poco; no porque adoleciera de sensiblerías románticas, sino por razones bien opuestas: por obra de aquel equilibrio prodigioso que existía entre todos los elementos que la constituían, de cuerpo y de alma.
Ellos eran como los juncos, que delatan en la estepa la presencia oculta del agua. Donde ellos apareciesen, no era posible la duda: existía la riqueza. La fábrica nueva, la mina descubierta, los campos recién roturados, la codicia de arriba y la miseria explotada de abajo; todo se condensaba en provecho suyo y venía lentamente á sus manos.
Sulfurábase Teodora al oír que «la señorita» ponía en duda su ciencia. Si catañeaban otras; era posible una equivocación... ¡pero ella! No había mas que una Teodora en toda la Península. Allá en Cordobate existía otra gitana de su arte, pero todos declaraban su inferioridad.
En fin, D. Manuel había tomado en aborrecimiento su domicilio, y estaba en él lo menos posible. La tranquilidad no existía para él más que en la oficina, donde no hacía más que fumar y recibir a los amigos, y en casa de alguno de estos, como Bringas, por ejemplo. ¡Oh!, ¡cuánto envidiaba la paz del hogar de D. Francisco y aquella dulce armonía entre los caracteres de uno y otro cónyuge!
Tras de la muerte sólo existía la vida infinita de la materia, con sus innumerables combinaciones; pero el ser humano anulábase como la planta o la bestia irracional: caía en la nada al caer en la tumba. La inmortalidad del alma era una ilusión del orgullo humano, que explotaban las religiones, haciendo de esta mentira su fundamento. Sólo en la vida podía encontrarse el cielo del hombre.
Yo elegí el último punto por la comodidad con que entonces se hacía el viaje; pues había un paquete quincenal entre aquel puerto y éste; un quechemarín que se ponía junto á la botica del doctor Cuesta.... ¿Se admira usted? Es que entonces ni existía la plaza de la Verdura, ni en su existencia se pensaba, porque llegaba la marea muy cerca del Arco de la Reina.
La criada no entendió una palabra de su discurso, pero adivinó bien esta vez la sustancia, y se retiró. Don Roque se dejó caer, en efecto, sobre el lecho. Se cubrió con la ropa hasta la cintura, y reclinando la espalda contra las almohadas, tomó el vaso de ponche y lo acercó a los labios. Al instante echó de ver que existía deficiencia en una de las bases.
Luego, nos envolvió en una misma mirada a los dos, colocó una mano de Spronck en la mía, y la expresión de una voluntad irresistible se detuvo sobre sus labios expirantes; después pasó tan dulcemente desde esta vida a la eternidad, que se hubiera creído que dormía si nuestro dolor no hubiese atestiguado que ya no existía.
Amparo se había colocado delante de mí a una inmensa altura. Elevándose, elevó ante mis ojos a la mujer, a la humanidad, y me obligó a confesar que existía la virtud sobre la tierra. Y mi corazón y mi cabeza me decían: La amas, necesitas su amor para vivir. Y mi desesperación me decía: Amparo no te ama. Entonces blasfemaba yo. ¡No hay Dios, decía! Fui a verla.
De tal diversidad de cuerpo y espíritu nacía el acuerdo que entre ellas existía. Ángela mandaba sobre Lucía, pero a condición de escucharla, lo cual no le costaba trabajo; ejercía sobre ella un cierto protectorado maternal.
Palabra del Dia
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