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Actualizado: 24 de julio de 2025
Se cogió entre los dedos el labio inferior, y moviendo la cabeza y hundiendo la barba en el pecho, metía los ojos debajo de las cejas. «En fin..., yo hablaré con Rodríguez... Es amigo mío..., buena persona. ¡Dos mil quinientos! murmuró la joven ensimismada en sus cálculos, como un calenturiento sumergido en el doloroso caos de su estupor febril. Veremos... Quizás se pueda...
Papitos, que aquella mañana había sido castigada porque trajo de la plaza una merluza muy mala, creyó que a su ama no se le había pasado el berrinchín, y temblaba mirándole las manos. Pero en el ánimo de doña Lupe se había disipado la ira correccional, a causa de los sentimientos de otro orden y del gran estupor que desde una hora antes reinaban en él.
Vea usted, por lo tanto, cómo me veo en la precisión de considerarle a usted mejor persona que Dios. Una ola de sangre subió al rostro del presbítero. El estupor, la indignación, le trabaron la lengua. Eso es mofarse indignamente de las cosas más santas articuló al fin. Me sorprende que habiendo usted recibido una educación cristiana haya llegado a tal extremo de impiedad.
Quiero decir... que tengo que dejarte sola algún tiempo, hija mía. ¡Dejarme!... ¡Oh!, de ningún modo. Me voy contigo; eso está decidido. Mira, mi equipaje ya está preparado en ese paquete, y ahora estoy arreglando el tuyo. No te preocupes de nada; déjame disponerlo todo y quedarás satisfecho. Hullin no podía salir de su estupor.
Su confusión ante ese espectáculo duró un segundo, durante el cual, pensando que nadie más que él en el mundo había amado a la muerta, el estupor, la ignorancia del afecto de donde venía aquella ofrenda, lo dejaron perplejo y ansioso. Pero luego comprendió con la velocidad de un relámpago.
Y como lo quiero a toda costa, estoy dispuesto a conseguirlo a toda costa... Calló un instante y luego añadió con fuerza, con más fuerza de la necesaria: Hoy mismo, saldrá el Duque de esta casa. Ventura le miró con estupor.
Yo interpreté literalmente las palabras de la sirvienta y me acosté relativamente tranquila. Sin poder convencerme de la verdad llegué a creer que estaba orando por habérselo así pedido la enferma; pero Sofía y Alfonso me arrancaron amorosamente de la estancia, y desvaneciéndose mi estupor, comprendí entonces que todo había concluido.
Figúrense ustedes cuál sería mi estupor, ¡qué digo estupor!, mi entusiasmo, mi enajenación, cuando me vi cerca del Santísima Trinidad, el mayor barco del mundo, aquel alcázar de madera, que visto de lejos se representaba en mi imaginación como una fábrica portentosa, sobrenatural, único monstruo digno de la majestad de los mares.
Al fuerte golpe siguió un grito de Bringas, mas tan agudo y doloroso, que Rosalía se quedó sin aliento, fría, parada... ¿Qué era? ¿Se había caído la bóveda y cogido debajo al mejor de los maridos? Pasado el breve estupor que tan insólitos ruidos le produjeron, Rosalía corrió hacia Gasparini, y allí, ¡Santo Dios!, vio un espectáculo incomprensible.
Sólo les separaba de él una cortina sutil e impenetrable, que cayendo desde la techumbre hasta el suelo, semejaba el velo de un lugar sagrado. Ninguno se atrevió a descorrerla, y absortos de estupor, febriles de impaciencia, esperaron, fija la vista en los amplios pliegues que ponían estorbo a sus deseos.
Palabra del Dia
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