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Actualizado: 4 de junio de 2025


Giraud salió á abrir, sonrió á Marenval y se quedó estupefacto al ver á Tragomer. Su cara volvió á tomar el aspecto taciturno y cuando Marenval le preguntó: ¿Están visibles las señoras? Para el señor, ciertamente, respondió el criado, pero no si el señor de Tragomer... El acento lleno de censuras de aquella frase interrumpida impresionó profundamente á Tragomer.

Tal fue la primera idea que se le ocurrió a Silas, estupefacto de sorpresa. Sin embargo, ¿era aquello un sueño? Se puso de pie, aproximó los tizones, y echando encima algunas virutas y hojas secas consiguió levantar llama, pero la llama no hizo desaparecer la visión: no hizo más que iluminar más distintamente la pequeña forma regordeta de la criatura, así como sus miserables ropas.

El patrón de la calle del Pez... Me quitó el baúl con la ropa, me arrancó la levita que llevaba puesta, el sombrero, la corbata... y después de darme unas cuantas bofetadas, me echó a la calle a las diez de la noche... Dijo esto con la misma calma que si hablase de otro. Miguel le miró estupefacto. ¿Y qué has hecho? Venir aquí.

Un día, cuando ya puede decirse que estaba moribunda, la sorprendió Raimundo de rodillas limpiando con un paño el pie de una mesa. Quedó estupefacto, y después de reñirla cariñosamente la levantó cubriéndola de besos. Una amiga devota que vino a visitarla la insinuó que debía confesarse. Isabel se impresionó tristemente.

Un día en que el ayuda de cámara se atrevió á preguntar á su señor porqué le llamaba así, éste le respondió: "Por causa de los presentes de Artajerjes." Federico no comprendió mucho más y permaneció estupefacto. Y Roussel añadióBueno! No se caliente usted la cabeza: Hipócrates era un hombre incorruptible." Federico se dió por satisfecho y adquirió mucho mayor importancia á sus propios ojos.

Gallardo, estupefacto ante su obra, inclinaba la cabeza bajo el chaparrón de insultos y amenazas. «¡Mardita sea la suerte!...» Había entrado a matar lo mismo que en sus buenos tiempos, dominando la impresión nerviosa que le hacía volver la cara como si no pudiese soportar la vista de la fiera que se le venía encima.

Las máquinas, los descubrimientos de las ciencias positivas, todo lo que no se relacionaba con la divinidad y la vida futura, eran bagatelas para entretener a gentes locas y sin fe. Y el antiguo seminarista, que despreciaba el progreso humano desde niño, como una ridícula mentira, quedó estupefacto viendo con qué solemnidad hablaba de él el catolicismo francés.

Comenzó por advertir a aquel pobre hombre estupefacto que no volviera nunca a expresarse en ese tono de semejante inglés. «Ese hombre de quien usted habla, le dijo, se llama Carlos Darwin, y su frente es la ladera de una montaña»; y continuó disertando en este tono por diez minutos, hasta que sus amigos le interrumpieron para hacerle comprender lo perdido e inútil de aquella disertación.

Dentro de aquella prisión imperceptible para los ojos, Felicita se consumía lentamente; de fuera, Novillo se detenía estupefacto, sin apenas atreverse a mirar a la amada cautiva. Añádase, en honor de la verdad, que el tormento surtía contrapuestos efectos en Novillo que en Felicita, pues a Novillo no le robaba carnes, antes se las añadía.

Y sin embargo, aunque con el corazón lleno de tal terror, no pudo menos de sonreirse al imaginar lo estupefacto que se habría quedado el santo varón y patriarcal diácono ante la impiedad de su ministro. Referiremos otro incidente de igual naturaleza. Yendo á toda prisa por la calle, el Reverendo Sr.

Palabra del Dia

rigoleto

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