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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Lanza una risotada estridente, toma los objetos y los lanza lejos, a las aguas espumosas. ¿Adónde ir entonces? El molino ha cerrado su puerta detrás de él, para siempre. ¿Adónde ir? ¿Se tenderá, para descansar, sobre un montón de heno? ¡No podrá dormir!... ¡He ahí un grupo de muchachos alegres! Poco antes los ha desdeñado, pero entonces llegan en buen momento.
Arriba no había más oyente que Miguel Fedor, lejos de los músicos, de espaldas á ellos, mirando á sus pies las aguas espumosas y partidas que escapaban como un doble río á lo largo del buque, llevándose á la boca el cigarro, que hacía surgir por un momento de la sombra, coloreado de rojo, su rostro pensativo. El yate guardaba otra corporación más silenciosa.
Al borde mismo del mar, un sendero pedregoso pasaba por encima de un acantilado cuyo pie estaba horadado y formado por rocas desprendidas. Las olas se metían por entre los resquicios de la pizarra, en el corazón del monte, y se las veía saltar blancas y espumosas como surtidores de nieve. Algunos chicos no se atrevían a asomarse allí, de miedo al vértigo; a mí me atraía aquel precipicio.
Así, por donde quiera que el viajero pretende buscar una salida tropieza con una masa enorme de piedra, soldados y cañones, viendo al pié las ondas espumosas del océano estrellándose con violencia en los bancos de arena y los peligrosos arrecifes que avecinan la isla y sirven de asiento á castillos y fortificaciones.
El Galeón Amarillo había abandonado las aguas del Solent y se alejaba de la costa á toda vela, cortando pesadamente las espumosas olas. En su seguimiento se habían lanzado las dos naves piratas, pintadas de negro, de corte estrecho y largo, que contrastaba con la mayor altura y rotunda forma del galeón á que daban caza. Parecían dos lobos hambrientos en seguimiento de su presa.
Las velas, hinchadas casi hasta reventar, lo empujaban hacia el Nordeste, y el Capitán lo dirigía al lejano estrecho de Torres, para entrar en el mar de las Molucas y llegar a la isla de Timor. A pesar del encallamiento, el junco no parecía tener la menor avería y navegaba gallardamente por las espumosas olas del golfo.
Vas a sentir vértigo, Gertrudis dice Juan echando una mirada inquieta a la esclusa, por la que las aguas pasan con rapidez espantosa, sobre el fondo de tablones inclinados, para precipitarse en seguida espumosas en la corriente. Gertrudis suelta una risotada y dice que muchas veces ha estado sentada allí horas enteras, mirando las aguas, sin sentir vértigo alguno.
De las líquidas serpientes, las de espumosas escamas, los acentos, y las selvas y las fuentes y las hojas y las ramas y los vientos. Al celaje caprichoso que de mil raras visiones formas toma; y al arrullo cariñoso con que alegra a sus pichones la paloma. A la noche, cuyos duelos en su manto de topacios lleva escritos; amaremos a los cielos, amaremos los espacios infinitos.
Así es como se divide el trabajo en la gran naturaleza. En las costas peñascosas del Océano combatidas por las olas de la alta mar, se ven cantos y guijarros amontonados. En otras partes se extienden hasta donde alcanza la vista playas de arena fina, en las cuales las ondas de la marea se desarrollan en espumosas volutas.
»Después, oprimiendo mi brazo, que apoyaba en el suyo, y dirigiendo su vista al golfo de Nápoles, en aquel mar cuyas olas espumosas iban a extinguirse a nuestros pies, bajo aquel sol encantador que se ostentaba radiante: »¡Aquí exclamaba, en estas mismas playas de Sorrento, donde el Tasso vio la luz del día, donde él amó y donde sufrió!...
Palabra del Dia
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