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Actualizado: 11 de mayo de 2025


El lord ha llegado mientras Su Alteza estaba en el jardín. Viene á almorzar. ¡Simpático inglés! Ocurrírsele escoger este día, espontáneamente, después de tantas invitaciones inútiles. Estando él presente, Castro sólo hablaba del juego. Y corrió en busca de Lewis. Era hijo de un gran historiador, al que su patria había premiado con el título de lord.

En tal situación, alguien le sugirió una idea al salir del Casino, después de las dos de la madrugada, a la hora en que el insomnio nervioso hace ver las cosas con una luz extraordinaria que parece darles distinto relieve. Don Benito Valls, el rico chueta, le apreciaba mucho. Varias veces había intervenido espontáneamente en sus asuntos, librándole de peligros inminentes.

Todas estas prendas lucirían, sin embargo, mucho más en usted y darían más sazonado fruto, si la lectura de ciertos libros extranjeros que están de moda, como los de Bourget, Marcelo Prévot y D'Annuncio no pesasen sobre la condición propia del ingenio de usted, llevándole por caminos muy otros de los que espontáneamente hubiera seguido.

Espontáneamente, y al parecer sin deliberado propósito, colocaba a las demás personas, a todas, en su lugar debido, es decir, por debajo de ella, unas próximas, otras más bajas, acaso a algunas en posición humillante. A nosotros nos situó, desde luego, en una categoría intermedia; casi criados y casi amigos. En rigor, amigos, lo que se llama amigos, por su parte no los tenía.

Ya llegamos dijo Robledo alegremente . Dos días y dos noches de ferrocarril desde Buenos Aires y un par de horas de coche á través de una tempestad de polvo, no es mucho. Más lejos está el fin del mundo. Varios hombres de los que habían saludado á Robledo dándole la mano empezaron á descargar espontáneamente las maletas amontonadas en el techo y el interior de la diligencia.

»Había en su acento tanta lealtad y franqueza, que el Conde, no pudiendo contener su emoción, le tendió espontáneamente la mano, diciéndole: »Soy yo, señor, a quien debe culparse de todo lo pasado. Deme su mano... y su amistad, porque en adelante puede usted contar con la mía. »Desde este día, Carlos frecuentaba nuestra casa.

No tuve necesidad, no obstante, de recurrir a informaciones de nadie; una tarde, mi hombre se acercó espontáneamente y, con acento francés muy pronunciado, me dijo confidencialmente, y mirándome a medias, pues lo hacía con el único ojo que cubría su lente y entrecerrando el otro, mortificado por la luz: ¡Diga, vigilante!... ¿No lo ha visto al mayordomo? No, señor..., ¡ayer no lo vi tampoco!

Era de noche, cuando me hizo llamar... ¡Ay! pluguiera al Cielo que nunca hubiera hallado a tan pérfida mujer. Mi vida no estaría amenazada por un terror incesante y por arrepentimiento continuo. Mi corazón es honrado y soy incapaz de cometer espontáneamente una injusticia; pero la compasión que me inspiraba...

Su abogado y las personas que estaban cerca acudieron a socorrerla. Se la trasladó al despacho del secretario. Dos médicos del concurso fueron espontáneamente a visitarla. Terminada la prueba, y después de descansar unos minutos, el presidente concedió la palabra al acusador privado. Su discurso fue, como se esperaba, elocuente y sañudo.

El fiasco era completo, y aturdida Currita miró espontáneamente hacia el magnífico reloj de bronce dorado que había allí cerca, sobre una chimenea: ¡eran ya las diez y cuarto!...

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