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Actualizado: 25 de octubre de 2025
Hiciste, sin embargo, un esfuerzo que no era ya de esperar de un ente moribundo: soy yo quien me he de dar mis reyes, esclamaste; y levantaste sobre tu escudo á otro ommyada, á otro Abd-el-rhaman, hermano de aquel Mohammad que Hescham hizo decapitar al ascender por la segunda vez al trono.
Nuevos murmullos y mayor ansiedad por ver la metempsícosis de aquel ángel exterminador. No se hizo esperar. Al cabo de pocos minutos la peluca y la careta volaban por el aire como encendido cometa. ¡Matalaosa! gritaron todos. Una inmensa carcajada sonó en el teatro. Mátala, no te descubras que te vas a constipar dijo uno desde la cazuela. Matalaosa se retiró avergonzado como su compañero Levita.
Cerró los ojos, decidido a esperar la vuelta del primo durmiendo, porque la compañía del inglés, a quien nadie arrancaba de sus libros, era más soporífera que una infusión de opio.
Al fin se hizo la oscuridad, nos dimos las buenas noches, todo quedó en silencio y mientras, con los ojos abiertos como ascuas, mirábamos el techo invisible, el espíritu comenzó a vagar por mundos lejanos, a recordar, a esperar, a echar globos, según la frase característica de los colombianos.
Había tratado antes con alguna intimidad en Londres á este famoso conspirador y revolucionario, sin compartir sus ideas políticas, mereciendo de él la mayor consideración, como era de esperar de un personaje tan instruído y de pensamientos tan elevados, por cuyo motivo se regocijó sobremanera al saludarlo otra vez en Roma y merecer de él tan cordial acogida.
Una mañana, cuando el capitán y el segundo estaban en el salón de popa, indecisos entre salir aquella misma noche ó esperar cuatro días más, como lo solicitaban los dueños de la carga, se presentó el tercer oficial, un joven andaluz, que parecía emocionado por la noticia de que era portador.
Al encontrar en las calles transeúntes de aspecto germánico, los miraba de frente con ojos de reto. ¿Sería alguno de ellos el encargado de matarle?... Luego seguía adelante, arrepentido de su provocación, seguro de que eran mercaderes de la América del Sur, boticarios ó empleados de Banco, indecisos entre volver á sus casas al otro lado del Océano ó esperar en Barcelona el triunfo siempre inmediato de su emperador.
Y el criado prosiguió diciendo: -Aquí no hay que hacer otra cosa, señor don Luis, sino prestar paciencia y dar la vuelta a casa, si ya vuestra merced no gusta que su padre y mi señor la dé al otro mundo, porque no se puede esperar otra cosa de la pena con que queda por vuestra ausencia. -Pues, ¿cómo supo mi padre -dijo don Luis- que yo venía este camino y en este traje?
¿Para qué esperar y prolongar su tristeza? Ese era desde hace tiempo mi propósito. Después de la feliz seguridad que me habéis dado, no tengo por qué vacilar. Creo que eso la llenará de felicidad... pero... pero, ¿y si por casualidad no aceptara?
La exaltación de su alma era todavía tan violenta, y para su soledad era un consuelo tan grande el pensar continuamente en ella, que quiso y pudo esperar. Celoso de sí mismo, casi temeroso de empequeñecer su propio sentimiento investigando sus pormenores, había vivido en una felicidad secreta cuyo origen casi olvidaba.
Palabra del Dia
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