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Pero no le era difícil discernir si su espanto era como el del exaltado cristiano que ve al demonio, o como el de este cuando le presentan una cruz. Dejándose llevar de sus propios pasos, se encontró sin saber cómo en el centro de la Puerta del Sol. Inconscientemente se sentó en el brocal de la fuente y estuvo mirando los espumarajos del agua.

A veces esta idea pone espanto en mi ánimo. Aún me parece ver a Magdalena, postrada en su lecho de agonía, dándome una mano a y otra a su padre, mientras que usted trataba en vano de dar calor a sus pies, invadidos ya por el frío de la muerte...

El duque respondió que su hija se consideraba muy honrada por la elección del señor de Villanera. Se fijó de común acuerdo el día de la boda y la duquesa fue a buscar a Germana para presentarla a la viuda. La pobre niña creyó morir de espanto al compararse con aquel espectro de mujer.

La descripción que hace el P. Haedo de esta prisión y de las crueldades del rey Hassán, nos llenan de espanto. La cárcel en que estaba Cervantes era la peor de todas las de Argel.

Á cada golpe que tira le enrojece un chorro negro de hirviente sangre que brota de cien heridas á un tiempo; y ella, extendidos los brazos, de ansiedad y espanto trémulos, agitado el corazon, que quiere saltar del pecho, más y más á Ataide siente en el voraz pensamiento.

¡Pobre padrino, pobre padrino!... ¿Se ha enterado usted de la acción de Mariano? , hija. ¡Qué deshonra! ¡Qué deshonra!... Dios se ha vuelto contra , me ha dejado de su mano. Pero yo me haré mujer formal, mujer ordenada, mujer trabajadora, me casaré... ¡Casarte! exclamó el viejo con espanto.

El P. Gil se puso en pie vivamente, pálido como un muerto, con el espanto pintado en los ojos. Sus labios temblaron para fulminar sin duda alguna frase durísima, pero no llegó a pronunciarla. Se lanzó rápidamente a la puerta y desapareció por ella. Salió de casa sin darse cuenta de lo que hacía.

Solo se encontraron ranas en lo profundo de la Sima. No sin fundamento la mira con espanto el vulgo, porque el puntilloso honor andaluz la escogió algunas veces para sepultura de los infelices autores de sus mancillas.

¡Hum! exclamó el duque de Lerma ; nunca hubiera creído posible que este caso llegase para . Vos tenéis la culpa. ¡Yo! Vos me habéis dejado conocer tales cosas, que me habéis curado de espanto. ¿Y qué cosas son esas?

¡La Revolución! exclamó Mabel d'Ornay, simulando un temblor de espanto para acercarse al joven novelista. ¡Brrr! espero que ya no habrá jamás otra. ¿Acaso el pueblo necesita reivindicaciones? ¿No tiene todo lo que le hace falta?