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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Aún duraba en él la vergüenza de su torpeza; si hubiese visto a Leonora en medio del camino, habría retrocedido con infantil terror; pero la seguridad de que a aquella hora no podría encontrarla, le daba fuerzas para seguir adelante. A sus espaldas, sobre los tejados de la ciudad, habían sonado las doce.
Únicamente los zagales y los gañanes en toda la pujanza de su juventud, le metían la cuchara en las mañanas de invierno, engulléndose este refresco, mientras el vientecillo frío les hería las espaldas. Los hombres maduros, los veteranos del trabajo, con el estómago quebrantado por largos años de esta alimentación, manteníanse a distancia, rumiando un mendrugo seco.
La luna salía a sus espaldas, remontándose en el espacio. Lejos aún de la ciudad, oyeron un ruidoso cascabeleo que hacía apartarse a un lado a los carros que volvían de los cortijos, lentamente, con sordo rechinar de ruedas.
Otro fraile estaba al lado del Padre Ambrosio con la capucha calada y volviendo a Morsamor las espaldas. Inesperadamente cambió este fraile de postura y mostró a Morsamor la cara. El pasmo de este rayó entonces en delirio. Creyó ver su propio rostro como en un espejo, pero no joven y gallardo, sino marchito, lleno de arrugas y con la barba blanca como la nieve.
Don Víctor no llevaba traza de poner fin al palique y Ana misma se creyó en el caso de decir: Vaya, vaya... hasta mañana; Víctor, adentro, adentro. Y cerró las vidrieras en las narices de Álvaro y de los pollos. Paco y Joaquín desaparecieron en lo obscuro del corredor. Quintanar ya estaba de espaldas, allá en el fondo de la alcoba, en mangas de camisa.
De repente abriéronse de nuevo sus ojos; tiró su levita, la pistola, las botas y la misma silla, ató fuertemente a sus espaldas el precioso lío; con las desnudas rodillas apretó los costados de Jovita, y tendido sobre el lomo del animal la azuzó hacia la corriente.
Desnoyers sonrió levemente. ¿A qué iba á estar pronto su ilustre amigo? ¿De qué podía servir, simple mirón como él, y emocionado indudablemente por lo nuevo del espectáculo?... Sonaron á sus espaldas un sinnúmero de timbres: vibraciones que llamaban, vibraciones que respondían. Los tubos acústicos parecían hincharse con el galope de las palabras.
Volviendo las espaldas á su obra, la doble masa militar marchó hacía su campamento. Quedaba servida la justicia. Trompetas y tambores se perdieron en el horizonte, agrandados sus sonidos por el fresco eco de la mañana naciente. El cadáver fué depositado en aquel ataúd pobre, que más bien parecía una caja de embalaje, despojándolo antes de sus alhajas.
Por galantería, el soldado del fusil administró a Amparo un blando culatazo, diciéndole «Ea... afuera...». La Tribuna se volvió, mirole con regia dignidad ofendida, y sacando el pito, silbó al soldado. Después cruzó la puerta que se le cerró en las mismas espaldas con gran estrépito de gonces y cerrojos.
Y trató de dar la vuelta para huir; pero los dedos acerados del clérigo le retuvieron por un brazo. Al mismo tiempo don Segis, creyendo llegado ya el momento de entrar en fuego, le descargó con su bastón de ballena un garrotazo en las espaldas. ¡Socorro! volvió a gritar el desdichado.
Palabra del Dia
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