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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Y sacudida desde los talones hasta la raíz de los cabellos por un miedo voluptuoso, dándose por vencida de antemano, creía adivinar el dulce peligro que avanzaba a sus espaldas.
Si estuviera aquí mucho tiempo, acabaríamos por reñir y pegarnos. En el fondo odio a los hombres; he sido siempre su más terrible enemiga. Oyeron a sus espaldas el roce de la bata que arrastraba Cupido con grotescos contoneos: se aproximaba al balcón con doña Pepita para contemplar el amanecer.
Y, en diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró por lo más cerrado de un monte que allí cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreción como de su hermosura, a todos los que allí estaban.
Miren también un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamás. ¿No veen aquel moro que callandico y pasito a paso, puesto el dedo en la boca, se llega por las espaldas de Melisendra?
El golpe brutal que él la diera entonces con la bota en el vientre, y el alarido de la mujer al caer de espaldas sobre los mármoles, conservaban aún, en su recuerdo, actual y tremenda realidad. La calentura le rebrotaba en la sangre al evocar en seguida el movimiento simultáneo de los moriscos, levantándose de las almohadas y acudiendo en tumulto.
Y su cara roja, sus ojos vivos y abultados, su barba de un color rojizo obscuro, sus anchas y encorvadas espaldas, su caballo y su perro, todo aquello hendía el aire y crecía a ojos vistas. En dos minutos llegó al pie de la sierra, atravesó el prado y desembocó por el puente a la choza.
-Pues vuestra merced, señor mío, lo quiere así -respondió Sancho-, sea en buena hora, y écheme su ferreruelo sobre estas espaldas, que estoy sudando y no querría resfriarme; que los nuevos diciplinantes corren este peligro.
Los otros, espantados y no sabiendo de qué peligro se trataba, se detuvieron también vacilantes, hasta que, al fin, optaron por volver las espaldas y huir hacia las peñas. Una doble descarga de las lantacas y los fusiles apresuró su retirada, y en breve desaparecieron todos por la vertiente opuesta.
Los pilluelos que corrían tras el coche aclamando a Gallardo habían quedado rezagados, deshaciéndose el grupo entre los carruajes; pero a pesar de esto, las gentes volvían la cabeza, como si adivinasen a sus espaldas la proximidad del célebre torero, y detenían el paso, alineándose en el borde de la acera para verle mejor.
Inmediatamente la superiora entró en la celda que mi madre ocupaba, y vio que el agua caliente se derramaba por el suelo rebosando del baño; la espita abierta, lanzaba a borbotones sobre el cuerpo desnudo de mi madre, aquel hirviente líquido, parecido a un manantial de fuego, que abrasándole pecho y espaldas la había privado del conocimiento.
Palabra del Dia
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