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Actualizado: 3 de mayo de 2025


4 y fue, y habló con los príncipes de los sacerdotes, y con los capitanes, de cómo se lo entregaría. 5 Los cuales se alegraron, y concertaron de darle dinero. 6 Y prometió, y buscaba oportunidad para entregarle a ellos a espaldas del pueblo. 9 Y ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que aparejemos?

Se quejaba como si acabase de descubrir una gran infidelidad, ella, a la que había visto Ojeda en trato amoroso con otros hombres y que dejaba a sus espaldas, en Europa, un pasado del que iba a pedirle cuentas «el gaucho» vengador.

El jinete, que D. Salvador sólo distinguía de espaldas, era un hombre sumamente alto y erguido; llevaba un pesado poncho azul oscuro que le cubría todo el cuerpo y que descendía hasta más abajo de las rodillas. La cabeza, además de un sombrero de fieltro y de anchas alas caídas, estaba cubierta por un pañuelo colorado. Unas grandes botas completaban el traje.

La hidrofagia, que a veces amilana, a ratos también convierte al hombre en fiera, llevándole con sublime ardor a desangrarse por no quemarse. Los franceses defendían su vaso de agua, y nosotros se lo disputábamos; pero de improviso sentimos que se duplicaba el calor a nuestras espaldas.

Luego de hecha su oración y de persignarse se levantó, marchando de espaldas hasta la puerta, sin perder de vista la imagen, como un tenor que se retira saludando al público. Gallardo era más simple en sus emociones.

Los farolillos venecianos formaban gigantescos pabellones de una claridad difusa. En la entrada de la Alameda apelotonábase el gentío, y por entre la masa de espaldas arqueadas y codos en punta pasaban las floristas con su cesto de mimbres erizado de ramilletes y las chicuelas desgreñadas, con el cántaro en la cadera y el turbio vaso en la mano, pregonando: «¡Al aigua fresqueta

Parado allí el pastor y dale que te pego con el canto de la navaja, porque no chispeaba bien la piedra o no era la yesca de lo mejor, observa que le da en la nariz un «jedor» que tumbaba de espaldas.

-Conocíla -respondió don Quijote- en que trae los mesmos vestidos que traía cuando me le mostraste. Habléla, pero no me respondió palabra; antes, me volvió las espaldas, y se fue huyendo con tanta priesa, que no la alcanzara una jara.

Este es el palacio de Donna Anna, y doña Ana Carafa fué una gran señora napolitana, mujer del duque, de Medina, virrey español, que construyó el palacio para ella y no pudo acabarlo. Iba á decir más, pero se contuvo. ¡Ah, no! ¡por la Madona!... Otra vez se ponían á hablar, sin escucharle... Y se sumió definitivamente en un silencio ofendido, mientras á sus espaldas continuaba la charla.

Era la retirada de que hablaban las gentes en París, pero que muchos no querían creer; la retirada llegando hasta allí y continuando su retroceso indefinido, pues nadie sabía cual iba á ser su límite. El optimismo le sugirió una esperanza inverosímil. Tal vez esta retirada comprendía únicamente los hospitales, los almacenes, todo lo que se estaciona á espaldas de un ejército.

Palabra del Dia

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