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Salí de Madrid, mi querido Pepe, del modo y manera que sabes; empingorotado en el cupé de la Diligencia de Valladolid, con menos que mediana salud, á las seis de una caliente mañana de Agosto, no muy provisto de metales preciosos, en busca de aire y de agua, dos artículos de primera necesidad que escasean en la Corte de las Españas; con los bolsillos llenos de melocotones y naranjas, que me diste, y en la amable compañía de mi bastón, mi paraguas y mi saco de noche.

A él lo que le interesa es que le crean las mentiras y al final le larguen la peseta; le importa poco que esos herejes se vayan a su tierra propalando que en la catedral de Toledo, en la Iglesia Primada de las Españas, los empleados son toreros y ayudan a las ceremonias del culto entre corrida y corrida.

¿Quién os ha dicho eso? dijo con una gravedad eminentemente cómica el duque, que quería pasar por rey... Nadie... pero... mi corazón... ¡Vuestro corazón! Yo había ido muchas veces á la corte, señor; las mujeres somos locas, insensatas; nos gusta, nos enamora lo grande, lo que deslumbra... ¡Y os he deslumbrado yo! ¡Ah, señor!, vos sois el sol de las Españas.

Esto hace, señor, que V. A. haya de mirar como estimables efectos de la generosa piedad de vuestro padre, lo que se os ofrece como á tan amado y tan amante hijo, y este título lo hace crecer tanto, que fué en lo que últimamente resolvió mi respetuosa timidez, para ofrecer á un Fernando, Príncipe de Asturias, aquello que se dignó mirar como suyo un Philipo, Rey de las Españas.

Francamente, con todas esas riquezas y vuestros recuerdos de niña, ¿envidiaríais la suerte de la camarera mayor de la reina de todas las Españas? Pues, no obstante, una joven está allí sola; el crucifijo, la mesita, la reja, la cama, el perfume dulce y tenue, todo lo tiene; pero ella no mira ni la pradera, ni el baile, ni el sol que se oculta resplandeciente.

El pleito lo empezó mi finado tío, aquel que se carteaba con nuestros parientes de España, condes y duques, como ya le dije; y luego, mi finado el doctor, que sabía mucho, consiguió una sentencia favorable. Vea, señor, la cosa no puede ser más seria: una donación del rey... del rey de las Españas; un regalo que le hizo a uno de nuestros abuelos, el alférez Vargas del Solar.

Así las cosas, se casó don Braulio con doña Beatriz, y a poco, como ya hemos dicho, murió el cura, que era excelente sujeto. Inesita, según era natural, se fue a vivir con su hermana y cuñado; los siguió a Sevilla, y después los siguió a esta alegre capital de las Españas.

¡La reina de las Españas te mereces, hermoso!... Ya pué tener los ojiyos bien abiertos la señá Carmen. El mejor día te roba una gachí y no te degüerve... ¿No me darías un billete pa esta tarde, Juaniyo? ¡Con las ganas que tengo de verte matá, resalao!...

Si el Rey de las Españas me hiciera caso, mandaría a paseo a los ingleses y les diría: «Mis vasallos queridos no están aquí para que ustedes se diviertan con ellos. Métanse ustedes en faena unos con otros si quieren juego». ¿Qué creen?

Tres horas después me hallaba en el café Suizo de Madrid. Junio de 1858. Doy fe de haberlo visto con mis propios ojos, ayer á 18 de Julio, de dos á tres de la tarde, desde las venerandas ruinas de Sagunto, ó sea desde lo alto del castillo de Murviedro. Con este solo fin había salido la víspera de la villa y corte de las Españas en el tren correo.