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Actualizado: 8 de junio de 2025


Es una vasta llanura de horizonte abierto, poblada toda de cereales, viñas, plantaciones de cáñamo y hermosos bosques esmeradamente conservados. En el fondo de ese magnífico panorama de verdura se desliza el Loira, lento y silencioso, con sus márgenes sombreadas de interminables filas de álamos y otros grandes árboles, y formando extensas playas donde reverbera el ardiente sol del estío.

También se vanagloriaba de poseer un alma elevada y poética, que había sabido resistir á la influencia prosaica y á las costumbres vulgares del pueblo en que vivía. Por la noche, antes de recogerse, solía abrir el balcón de su cuarto para contemplar la bóveda estrellada. Alimentaba un canario y una pareja de tórtolas, y cultivaba esmeradamente en tiestos algunas plantas de claveles y geranios.

Reynoso se acercó a las cocheras y dirigiéndose a un mozo que limpiaba un carruaje: Dile a Pedro que enganche antes de las diez para ir a buscar a la estación al señorito Tristán. Sacó luego su cronómetro. Eran las ocho. Dejó las cocheras y abriendo la gran puerta enrejada se introdujo en el parque. Bello, esmeradamente cuidado, pero no de grandes dimensiones.

Manín, fiel a sus convicciones pedagógicas, aplaudía con la boca llena, cortando grave, esmeradamente, en figuras geométricas los pedazos del pan antes de conducirlos con toda solemnidad a los labios. Las faltas fueron muchas; los golpes fueron otros tantos.

Cuando nuestra conversación se había hecho más confidencial, díjele que tendría gusto en saber, si no había inconveniente en decírmelo, cómo había venido a México, y por qué él, español y que parecía educado esmeradamente, se había resignado a vivir en medio de aquellas soledades, trabajando con tal rudeza y no teniendo por premio sino una situación que rayaba en miseria.

Hacia las seis y media de la tarde, rehecho completamente por una buena siesta, pensó Delaberge que se acercaba el momento de la comida y procedió a vestirse y arreglarse esmeradamente, no por coquetería, sino por pura costumbre. Creía que una presencia irreprochable se impone a los funcionarios que representan a la Administración pública.

La estancia donde me hallaba no era grande. Tenía el sello característico de las salas donde no se hace vida de familia y se destinan solamente a las visitas. Los muebles, antiguos todos, se hallaban esmeradamente cuidados y colocados en perfecto orden y simetría: las sillas forradas de seda color oro viejo, de alto respaldo terminado con unas bellotitas de poco gusto.

Tenía, además, la epidermis tirante y barnizada, como una vejiga de manteca, y poseía una perilla color de trigo, esmeradamente construída, desde donde se alzaba la blanquecina barbeta, como un huevo en una huevera de latón dorado. Ojillos galos, rabelesianos, azules y alegres, que delataban al deleitante de la mesa y del lecho.

Y ora porque no fuese muy fácil cuidar esmeradamente tan gran pedazo de tierra, bien porque don Mariano no quisiera, como hombre de gusto, imponer su ley a la naturaleza, estableciendo en su finca un régimen tiránico de tijeras y líneas geométricas, lo cierto es que ofrecía toda ella el vigor desordenado, la exuberancia y la espontaneidad que no suele verse ya sino en las huertas provincianas gobernadas aún por un sistema español amplio y tolerante.

Frente a la señora, reclinado en una butaca igual, estaba el general Patiño, conde de Morillejo. Hállase entre los cincuenta y sesenta, pero conserva en sus ojos el fuego de la juventud; sus cabellos grises están esmeradamente peinados, los largos bigotes a lo Víctor Manuel, la perilla apuntada, la nariz aguileña le dan un aspecto simpático y gallardo. Es el tipo perfecto del veterano aristócrata.

Palabra del Dia

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