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Actualizado: 22 de junio de 2025


Entretanto un movimiento se inicia y los grupos empiezan á moverse; el catedratico de Física y Quimica ha bajado á clase. Los alumnos, como burlados en sus esperanzas, se dirigieron al interior del edificio dejando escapar exclamaciones de descontento. Plácido Penitente sigue á la multitud. ¡Penitente, Penitente! ¡le llamó uno con cierto misterio firma esto! Y ¿qué es eso? No importa, ¡fírmalo!

A veces el sopor le vencía, y su boca entreabierta dejaba escapar un balbuceo de pesadilla, como si la calor del sueño hiciera bullir en su cerebro las representaciones de su pasada existencia. Vestía siempre de negro o de pardo, sin otra gala que la venera de oro y la roja espadilla de Santiago, bordada en todos los sayos y ferreruelos.

Ella se contrajo y se irguió varias veces, dúctil y reptilina, consiguiendo al fin escapar de la cadena de los brazos masculinos mientras lanzaba un suspiro de fatiga y satisfacción. Lubimoff, vuelto á la realidad, vió á Alicia de pie ante él, acabando de alisar su vestido en desorden, llevándose luego las manos á su cabellera, al torcido sombrero, á la boa que se deslizaba de sus hombros.

De vez en cuando, al cruzar al lado de una damisela, la decía: «¡Usted tan bonita, Julia!» O bien: «Me están matando esos ojos» o «Como Torcuata no la hay en Sarrió», u otra frase feliz por el estilo que encendía en puro gozo a la doncella. Pero al dejarla escapar, no perdía un punto, de su gravedad.

Sintióse aislado, perdido; y no vió otro camino para escapar de la muerte que le amenazaba que el de abandonar secretamente los palacios de Medina Azarah en medio de las tinieblas de la noche. Alcanzó asi prolongar algunos dias mas su vida; mas ¡ay! ¿en tanto, qué fue de , ó desgraciada Córdoba, en poder de esas insolentes guardias pretorianas?

Retrocedió dos pasos y se arrojó con tal fuerza contra la puerta, que esta no quedó, evidentemente, en estado de recibir otro golpe. En el mismo instante se abrió la puerta y Lea, muy pálida, apareció en el umbral. Con un ademán indicó la casa á Sorege y dijo con voz cansada: Puesto que no puedo escapar á su persecución, entre usted.

Era imposible que la mezquindad de semejante sistema y la carencia intelectual de su marido, pudiesen escapar a una inteligencia tan activa como la de la señora Maurescamp. No fue mucho tiempo víctima de sus aires de suficiencia y maneras autoritarias. No siempre conocen los hombres a sus mujeres, pero las mujeres conocen siempre a sus maridos.

En el cerebro le fulguró esta idea: «Si conforme traigo la capa nueva, trajera la vieja....» Y al entrar en su casa: ¡Maldito de ! No debí dejar escapar aquel acto de cristiandad. Dejó la medicina que traía, y, cambiando de capa, volvió á echarse á la calle. Al poco rato, Rufinita, viéndole entrar en cuerpo, le dijo asustada: Pero, papá, ¡cómo tienes la cabeza!... ¿En dónde has dejado la capa?

Los ojos de éste comenzaron a ponerse encendidos y encarnizados, como los de un lobo, su sangre llameó repentinamente y con brusco ademán la sujetó brutalmente por la cintura. Fernanda dejó escapar un grito ahogado. ¿Qué tienes?... ¿Por qué te enfadas?... ¡Déjame!... ¡Déjame, bruto! Luchó, forcejeó con desesperación, pero no logró desasirse...

Su primer pensamiento, al levantarse, fue irle a pasear la calle a la doncella. Consideró que las personas que venían todos los días a dar el pésame por la muerte de don Íñigo le ocuparían la tarde. Era menester escapar. A la una comenzó a engalanarse.

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