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Actualizado: 10 de junio de 2025
¡Oh? sí, sí... el recuerdo... y el agradecimiento. ¿No basta eso? Bien, me quedo con ese dinero, aunque sería mejor que los mil reales restantes se los entregases a la señora Adela. Los gastaría en aguardiente. Me rindo, pero con una condición. ¿Cuál? Ven mañana a almorzar conmigo. Meditó durante un momento Amparo, y contestó: Vendré. Afortunadamente es domingo. Y saludándome alegremente, escapó.
Siguió su camino el indiano, y á pocos pasos se le escapó un suspiro, tal vez el primero que no le arrancaba el cansancio físico; pero al llegar al pueblo recordó la promesa, y se propuso buscar sin dilación á su feróstica prometida y casarse con ella, así fuese el coco.
A la Superiora se le escapó, sin poderlo remediar, una ligera sonrisilla; mas al punto volvió a poner cara de palo. Y la enana corrió hacia donde estaban las recogidas, y lo mismo que dijera a Sor Natividad se lo repitió a Fortunata, sin poner un freno a su ira: «¿Habrase visto diablura semejante?... ¿Qué te parece? ¡Estamos todas horripiladas!». Fortunata no dijo nada y se puso muy seria.
Treinta y tres veces seguidas cantó la misma tonada sin cansarse, y el maestro de música y la corte entera lo hubieran oído con gusto una vez más, si no hubiese dicho el emperador que el vivo debía cantar algo. ¿El vivo? Lejos estaba, lejos de la corte y del maestro de música. Los vio entretenidos, y se les escapó por la ventana.
Habían reñido Julio y Gaetano por cuestión de ochavos, sobre si el valenciano había cobrado o no, y negaba un recibo; Minghetti escapó de noche, a pie; Julio se quejó a la autoridad porque el barítono se le iba con la paga adelantada y le dejaba la Compañía en el aire; la benemérita se encargó de recomponer el cuarteto; y, en efecto, Minghetti, resignado, sonriente, como si se hubiera tratado de una broma, se presentó de nuevo al público, cantando el Barbero con gran malicia; lo cual le valió una ovación tributada a su graciosa picardía, a su desenfado simpático y alegre.
Tendidos por la yerba, y por el heno, Se comenzó el convite, y ha durado Desde el hora de prima, hasta nona; Mas ninguno escapó sin maza y mona.
Otro quejido que revelaba el complemento de los grandes dolores, la falta del último consuelo, la soledad del alma, se escapó entonces de los labios de la anciana. ¡Sí, sí, de mucho!... ¿Pues no lo ves? ¡Para poder llorar delante de alguien, para tener quien llore conmigo!...
Subía, subía constantemente, y de nuevo me preguntaba cuándo concluiría aquella ascensión interminable donde se encontraba la tierra prometida. La naturaleza había variado, y ahora se extendían a mi vista extensos y frondosos bosques de variados pinos. Al frente, altos picos inaccesibles. ¿Habría también que transponerlos? De pronto, un grito de asombro se me escapó del pecho.
Un grito de júbilo se escapó de todos los pechos al aproximarse el carruaje. Don Rosendo, conmovido, sacó la cabeza, por la ventanilla y se quitó el sombrero ostentando el pedazo de tafetán inglés. A su vista, el público lanzó un ¡hurra! formidable. El vehículo fué escoltado por la muchedumbre.
Y silbando fagina y después retreta llegó hasta el prado, dejó la macona en el suelo y se puso á segar el verde. Pronto se le olvidó el caso de Demetria y volvieron á su imaginación las dulces memorias del país donde florecen los naranjos. Una soleá muy gitana se le escapó de la garganta. Y como allí no podía oirle su abuela, cantó con todo el aliento de sus pulmones.
Palabra del Dia
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