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Sólo uno de los porteros con kepis que montan la guardia en el rellano de la escalinata había adivinado algo; pero su experiencia profesional le aconsejó permanecer impasible mientras no hubiese golpes. Creyó en una simple disputa por cosas del juego. Todo iba á arreglarse con una explicación y á olvidarse después con una ganancia. ¡Había visto tanto!...

Al entrar el archipámpano, saludó galantemente a la concurrencia, y dirigiose a la elevada escalinata, donde le aguardaba Su Santidad para imponerle las insignias de su grado: la cuchara de boj amarillo y la sotana de color de azafrán.

Muy moreno, la barba en punta, el cabello cortado coronando una hermosa frente, viva la mirada, Mauricio había cogido la mano de Herminia y la hablaba con animación. ¿Qué decía? La señorita Guichard no podía oírlo. Pero la joven movía la cabeza con aire de duda y una cierta inquietud. Dió algunos pasos por la escalinata y lentamente, seguida por Mauricio, descendió al jardín.

Pero transcurridas cuatro horas, un espectáculo extraordinario hizo salir a muchos de sus camarotes antes que de costumbre. Las señoras sudamericanas, vestidas de negro, con sombreros del mismo color y un velo ante los ojos, subían la escalinata de caoba con dirección a los salones, pasando entre los camareros agachados y en manga de camisa que fregoteaban peldaños y balaustres.

La orgullosa dama se contentó con decir, sin mirarle: "Hola, Rafael", y se dirigió rápidamente a la escalinata. ¿Cómo está papá? preguntó al criado que halló en el recibimiento. Tan aturdido quedó que no pudo responderle inmediatamente. ¡Vamos, hombre! repitió con impaciencia . ¿Qué tal papá? ¿Está en las oficinas o en sus habitaciones?

Bajaron la escalinata que conduce a la fuente, y en la puerta del templo, Pepe, que iba fumando, dijo: Aquí te espero, no tardes; déjame los sacos. ¡Ah! ¿no entras? Tirso penetró solo en la iglesia y Pepe se quedó mirando cómo los aguadores llenaban las cubas en la fuente.

Acerca de todo esto, don José Echegaray podría referirnos muchos y muy curiosos lances, especialmente si recordase el estreno de La escalinata de un trono, drama que la trágica María Guerrero, bella, soberbia, irresistible, defendió como una leona. Pero tan hermoso espíritu de solidaridad y sacrificio sólo late perenne en las relaciones de los actores para con el autor.

De pronto se detuvo, con una sensación de sorpresa y dolor, como si acabase de recibir un golpe en el pecho. Por la amplia escalinata que pone en comunicación á ambas terrazas descendía una pareja. Su instinto los reconoció á los dos antes que su mirada. Un militar, el teniente Martínez... ¡y ella!

Eran escasos los reverberos en la ciudad, y además tenían los vidrios pintados de azul. Los farolones de la escalinata del Casino estaban enfundados como las linternas de un coche fúnebre. La amenaza de los submarinos alemanes mantenía á todo el principado en la obscuridad, lo mismo que las costas de Francia.

Aunque el palacio se mantenía lo mismo por fuera, á partir de la escalinata imitaba el interior de un castillo antiguo. No quedaba una ventana sin vidriera de colores, ni una pieza que no estuviese en una penumbra de bodega. Todo el gótico convencional inventado por los constructores modernos era empleado en esta restauración deseada por la princesa.